El ejemplo de Cincinato

Por Esteban Ierardo

Cincinato en una estatua en la ciudad alemana de Schönbrunn (Wikimedia Commons)

  Hoy sobresale el avance tecnológico, los mundos digitales, la modernización sin descanso, al tiempo que la ambición y corrupción política siguen raspando en el día a día. Por eso quizá sea legítimo recordar a Cincinato, un ejemplo de quien renuncia al goce del poder, y solo lo usa como herramienta para el bien común.

 Lucio Quincio Cincinato (nacido con el pelo rizado) fue un romano patricio, cónsul y general que vivió entre el 519 a.C. al 430 a.C. Hoy, en el estado de Ohio, a orillas del río Ohio, la ciudad de Cincinatti evoca a quien recordamos (1).

 El Cincinato original representa las virtudes romanas de los tiempos republicanos y heroicos de la austeridad, la frugalidad, la brillantez militar y legislativa. Y el desinterés. El artista español Juan Antonio Rivera y Fernández pintó al romano en su “Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma”, óleo sobre lienzo de 1806, actualmente en el Museo del Prado (ver abajo). El mítico Catón el Viejo, quien transitó todas las etapas del cursus honorum romano hasta llegar a pretor y cónsul, no olvidó nunca la nobleza del trabajo rústico de la tierra y siempre ensalzó a Cincinato como el arquetipo ya en disolución del genuino espíritu cívico romano. Recordado por Dante y Petrarca en su ejemplaridad, su retrato circuló en el Renacimiento y su eco llegó hasta la Revolución Francesa.

  Y Cincinato inspiró el lema Omnia reliquit servare republicam: «Dejó todo para salvar la república», alusión al amor romano por la república luego de derrocar a los reyes de su primera etapa política. La inquina romana contra la monarquía y la realeza justificó, luego, a los ojos de Bruto, el asesinato de Julio César, antes de que Roma instituyera la majestad suprema del emperador.

  El gran historiador Tito Livio (59 a.C -17 a.C), en su Historia de Roma desde su fundación, abandonó una forma de relato histórico  basada en la exaltación de los antepasados de los grandes linajes aristocráticos romanos para estudiar procesos aleccionadores a nivel de políticas e individuos que engrandecieron a Roma en contraposición a lo vergonzoso, los vicios y el desprecio por la legalidad. En esa visión, Cincinato era modelo de respeto de las instituciones y de las leyes como garantía de beneficio público, e incluso como parte de un acuerdo entre clases.

 En tanto patricio, Cincinato, como Coroliano, otro romano exaltado en un drama shakesperiano, supo de desacuerdos con el tribunado de la plebe, pero fue él quien, como cónsul suplente, resolvió el conflicto de la Ley Taerenilia Arsa que impedía a los plebeyos aumentar sus tierras. Luego de interceder en la confrontación, en un primer gesto que luego repetiría, se retiró de la acción pública y regresó a su arado y sus bueyes para sudar sobre la tierra labrada (2).  

 En los tiempos de Cincinato, Roma distaba mucho, todavía, del imperio que construirá en el futuro; su dominio no iba más allá del Lacio, y los pueblos vecinos aún amenazaban con invasiones. En ese contexto, los volscos se precipitaron contra los romanos. Roma llamó entonces a Cincinato, reconocido por su valor y talento estratégico. Le nombró dictador, magistratura de la República romana que, por el lapso de seis meses, le confería a un individuo los poderes absolutos del Estado solo para hacer frente a una emergencia militar. No debe, así, confundirse con la dictadura como absolutismo político perpetuo.

 De todos modos, la magistratura romana de la dictadura siempre estuvo en tensión con un gobierno unipersonal; se temía la posibilidad de que el dictador no devolviera la suma del poder concedido. Al principio elegido por el Senado, luego de las guerras púnicas, la designación del dictador solo fue a través del pueblo reunido en comicios.

 La leyenda, quizá no muy alejada de la realidad, refiere que Cincinato trabajaba con su arado en su granja junto al Tíber cuando los mensajeros llegaron con el encargo del Senado para que liderara la defensa ante el invasor. Cincinato no lo dudó. Acudió rápido al llamado. Lideró un ejército ansioso. Venció a los volscos. En dos semanas, regresó a trabajar el suelo. Pero poco después, estalló la guerra con los ecuos. De nuevo, Cincinato se presentó en el Foro con la toga de orla de púrpura del dictador dentro de la República.

 Llamó a los ciudadanos al combate. Reorganizó sus legiones. Derramó espíritu marcial. Planeó su estrategia. Dio las órdenes adecuadas. Sorprendió a los ecuos en un ataque nocturno. Cabalgó al frente. Descargó su espada, despedazó la amenaza. Los enemigos entregaron las armas. La serenidad volvió.

 El plazo del poder total en Cincinato aún no había expirado, pero, de vuelta, rechazó todos los honores y regresó al trabajo de los surcos y los arados. Ni por un instante evaluó perpetuarse como amo y dueño.    

 Pero Roma lo necesitara nuevamente en el 439 a. C., cuando aun con ochenta años conservaba su plenitud. Entonces, fue nombrado dictador por segunda vez. En el horizonte romano irrumpió el controvertido: Espurio Melio. Roma padecía hambre. Melio compró trigo a raudales a los etruscos y lo distribuyó entre el pueblo necesitado. La desesperación anula la reflexión y la desconfianza, y los hambrientos celebraron a Melio como salvador. El Senado empezó a sospechar. Real o ficticia, se estableció la certeza de que Melio ocultaba armas en su casa, y que sostenía reuniones secretas para conspirar contra la República con el fin de instituir una monarquía y proclamarse rey.

 La libertad republicana estaba amenazada. Cincinato entonces intervino. Ordenó que Melio se presentara. El convocado temió su inminente desgracia. Se resistió. El mensajero, Cayo Servio Ahla, jefe de la caballería, magister equitum, lo mató con una daga oculta debajo de una axila (3).

 Cincinato expresó que el Estado republicano estaba a salvo. Y se alejó de nuevo, por última vez, y se entregó al trabajo áspero, rústico, pero ennoblecedor entre tierras fértiles y lluvias, lejos del afán por el poder.

  Un ejemplo contrario a los dictadores del presente, enfermos por la obsesión de mandar hasta el último suspiro; o distinto a quienes, una y otra vez, aun en las arenas democráticas, sueñan con mantenerse cerca del poder por siempre por su propio provecho, y por un disimulado sentimiento de importancia personal.

Cincinato abandona el arado para dictar leyes a Roma,( 1806), de Juan Antonio Ribera, gran exponente del neoclasicismo en España; obra hoy en el Museo del Prado, Madrid. Este es el momento en el que los romanos van a pedir el liderazgo del honesto Cincinato. Cincinato dejará entonces el arado, y cuando esté cumplida su misión, volverá al arado.

Este articulo fue publicado anteriormente en la Revista Viceversa

Citas

(1) Al terminar Estados Unidos su guerra de independencia en 1776 nació La sociedad de los Cicincinatti, fundada en 1783 por el general Knox, que reunía a quienes habían servido desinteresadamente a la nueva nación. George Washington fue llamado el “Cincinato americano”.

(2) Algunos creen que el retiro de la vida pública de Cincinato se debió a su disgusto porque su hijo Cesón fue exiliado por el empleo de lenguaje violento contra los tribunos. Pero es incuestionable que Cincinato optó por la renuncia al poder en lugar de encumbrarse como, en su momento, lo hizo Sila. 

(3) En rigor de verdad,  en la investigación histórica contemporánea se cuestiona la supuesta culpabilidad de Espurio Melio, ya que ésta es dudosa, por lo que se habría tratado de un asesinato y el procedimiento legal hubiera sido hacerlo compadecer en juicio ante la comitia centuriata, asambleas con funciones judiciales, además de legislativas y ejecutivas.

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