Recomendación: Esperando a los bárbaros

Por Esteban Ierardo

A veces hay gratas sorpresas. Es el caso de Esperando a los bárbaros (2019), la primera película en inglés del director colombiano Ciro Guerra (actualmente disponible en Netflix); director que también mucho sorprendió con El abrazo de la serpiente (2015), y la cosmovisión chamánica en la densa selva amazónica.

El film se basa en una novela homónima del año 1980 del escritor sudafricano John Maxwell Coetzee, premio nobel de literatura en 2003 (1). Él mismo adaptó su obra al guion

de la película. Su novela en parte se inspira en el poema de Constantin Kavafis «Esperando a los bárbaros».

  Un magistrado (Mark Rylance) permanece en la frontera del imperio, en algún lugar del Asia. Es compasivo, intelectual, apasionado por la arqueología, las excavaciones y las tabillas de una escritura antigua y perdida. Le intriga y respeta las creencias de los pueblos de la región. Para él, su cultura es antigua, digna, misteriosa. No son bárbaros. Pero sí para el coronel Joll (Johnny Depp). El funcionario, de lentes tan oscuras como su alma, cuya misión es crear un enemigo, una sublevación, un ataque sobre los muros del poder colonial.   

 En la Inquisición medieval las mujeres acusadas de brujas confesaban lo que los inquisidores necesitaban escuchar luego de ser sometidas a brutales torturas. De forma semejante, el coronel Joll necesita la confirmación de un levantamiento en ciernes. Para eso tortura. Hace sangrar. Denigra a los supuestos conspiradores, personas pacíficas y resignadas a  la soledad y las carencias. Los obliga a confesar lo inexistente.  Si el levantamiento no existe, si es solo un grito imaginario en el desierto, entonces hay que inventarlo. Inventarlo por la tortura, por un dolor tan insoportable que las víctimas confesarán los fantasmas que solo existen en la mente enferma del torturador.

  En el siglo XVIII, Rousseau denunció que la civilización es fuente de lujos y corrupción (2). Pero el escritor sudafricano da un paso más. En una primera aproximación, podría pensarse que la intención de Coetzee es desnudar el propio salvajismo disfrazado de civilización en el corazón del Imperio. En parte es así. Un imperio que creó también la Sudáfrica del apartheid que Coetzee radiografía en su literatura. El imperio británico legitima sus cañones y conquistas  por la “dura carga del hombre blanco” (Kipling dixit) para arrebatar a los pueblos del mito y la superstición, y colocarlos en el riel del progreso. Esa idea de civilización se impone por la violencia, la destrucción de la libertad y la dignidad ajenas. Por un alarido de barbarie (3).

 Pero un escritor profundo no puede desconocer la ambiguo y contradictorio que vive en todo humano y en toda cultura. Por eso, en toda su contradicción, el sentido de la humanidad puede convivir con lo inhumano en el mismo lugar del conquistador. Frente a la barbarie del coronel Joll, el magistrado representa la posibilidad de la empatía y la paz,

El magistrado (Mark Rylance), y el coronel Joll (Johnny Depp)

luego del acto de la dominación. Al magistrado lo anima un real interés por el conocimiento, por un saber sobre la otra cultura en su brillo propio y su ser diferente; es el que, arriesgando su posición, va al desierto para devolver a una mujer destruida por la tortura a su pueblo nómada. A esa mujer lacerada, herida, le lavó los pies. A esa mujer la quiere. Acaso así se siente un salvador; o alguien que le demuestra al oprimido que el conquistador puede ser también compasivo. Humanidad y barbarie en el mismo rostro del dominador. 

 El magistrado es también la figura del autosacrificio para proteger a las víctimas de la bárbara estupidez. El coronel Joll vuelve con nuevos prisioneros torturados. Quiere convertir su muerte en un espectáculo. El magistrado no duda es ser “traidor” antes que cómplice. Como castigo recibe la tortura y su propia humillación. Padece en la carne los excesos del imperio supuestamente civilizador.

 El temor a la sublevación aturde a los torturadores. Entre ellos está el oficial Mandel (Robert Pattinson), mero ejecutor desalmado de la locura imperial. Al final, los soldados imperiales consiguen lo que buscaban: producir una sensación de guerra para justificar su violencia. Ante la supuesta sublevación inminente, los soldados imperiales se retiran. Que otros se hagan cargo del abismo, donde antes solo soplaba una resignada paz.

 La frontera es lugar de especial peligro e inseguridad para el imperio. Para los romanos los bárbaros eran quienes habitaban fuera de sus fronteras controladas; para los antiguos griegos, eran los extranjeros, más allá de sus fronteras, que no hablaban ni el griego ni el latín. Y la frontera es la geografía no domesticada. Lo que escapa de la norma de la civilización y de la gran ciudad. En la frontera restablece su reino la naturaleza desértica, la de las tormentas de arena

como montañas veloces de polvo, la del sol ardiente, la del halcón sobre las cimas, la del cielo como reino de las estrellas y nubes fuera del poder humano.

Y el desierto puede ser la ruta para el contraataque de los pueblos nómadas humillados (4).

 Esperando a los bárbaros, destellos de cine de arte que, a veces, amaga con volver. La profundidad de una visión humanista que desnuda la barbarie desquiciada del conquistador; pero también la humanidad del ocasional dominador, su comprender que todos, al fin de cuentas, solo somos humanos arrastrados por un fuerte viento que no controlamos.

Notas

(1) Coetzee se nacionalizó australiano en 2006, vive en la ciudad de Adelaida. En Vida y época de Michael K (Life & Times of Michael K), novela de 1983, se describe una Sudáfrica inmersa en guerra civil antes de la disolución del retrógrado orden racista del apartheid. Es uno de sus textos más leídos. Su novela Esperando a los bárbaros está publicada en Debolsillo.

(2) Ver Jean Jacques Rousseau, Discurso sobre las ciencias y las artes, ensayo del año 1750.

(3) Ya Nietzsche insiste, en La genealogía de la moral, que todas las leyes ocultan, en su origen, la sangre y la guerra por la que unos pueblos se imponían sobre otros.

(4) El desierto como geografía de la inminencia de un ataque de los «bárbaros» que nunca se consuma es la novela El desierto de los tártaros, del escritor italiano Dino Buzzatti publicada en 1940. Borges escribió el prólogo de la traducción al español.​ En 1976, el director italiano Valerio Zurlini llevó la novela al cine.

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