Nikola Tesla y su pensamiento visionario

Por Esteban Ierardo

Nikolas Tesla (imagen en shutterstock.com)

Nikola Tesla en uno de los visionarios fundamentales del siglo XX. Aquí un ensayo, escrito en 2019, sobre su pensamiento y su sueño de la energía eléctrica como recurso gratuito y universal, y su mirada trascedente del mundo.

I

El joven desembarcó en New York. Cuando nació, en la aldea de Smiljan, el límite fronterizo entre Croacia (entonces parte del Imperio Austro-húngaro) y Serbia, era 1856. En el cielo rugía la tormenta eléctrica. Un signo premonitorio: nacer cuando la electricidad chispeaba belleza y furia. Luego de su llegaba, el joven, Nikola Tesla, buscó a Thomas Alva Edison, el gran inventor, el de la lamparilla eléctrica. La electricidad. Con el tiempo, ambos genios chocarían en la llamada guerra de las corrientes eléctricas. El “mago de Menlo Park” creó el primer sistema eléctrico de alumbrado público en Nueva York, en 1882, que funcionaba por corriente continua, limitada y dificultosa. Tesla propuso el tipo de energía eléctrica de la que hoy depende todo: la corriente discontinua o alterna. Por eso el mundo técnico moderno en el que vivimos realmente nació con Tesla[1].

Cuando pensamos el origen histórico de la modernidad podemos elegir varios criterios: la modernidad que principia con el Renacimiento, o la Revolución Francesa, o la filosofía de Descartes llevada luego a sus consecuencias mayores con la filosofía del sujeto de Kant o Hegel; o la modernidad marcada en su origen por el capitalismo y la revolución industrial. Nunca se ubica a Tesla y su descubrimiento del tipo de electricidad de la que hoy depende todo, como al menos otra matriz fundamental de la sociedad moderna.

Nikola Tesla, con el libro de Ruder Boskovic Theoria Philosophiae Naturalis, frente a la espiral de la bobina de su transformador de alto voltaje en East Houston Street, Nueva York

Pero no decimos que la sociedad de la modernidad técnica, la que permite el funcionamiento de las cosas, sólo se relaciona con Tesla por el logro de la corriente alterna o discontinua; esa corriente que Tesla hizo fluir por su cuerpo en exhibiciones en la Universidad de Columbia, y que para muchos de sus contemporáneo lo mostraban como una suerte de mago científico. La sociedad Tesla que muere antes de nacer es la de la utopía de la energía libre, universal y gratuita. Esta utopía, como veremos, nació no sólo de la genialidad del científico serbio como inventor sino de su estirpe de librepensador y arquitecto de otras posibilidades de mundo. Pero, veremos cómo las “otras posibilidades” de una sociedad Tesla son cercenadas por la sociedad anti-Testa actual.

Luego de la guerra de las corrientes, Tesla vendió muchas de sus patentes a Westinghouse. Con una fortuna de quince millones de dólares, se abocó a la experimentación. Antes había solicitado la primera patente para la radio, es decir con anterioridad a Marconi que, en la cultura popular, pasa por su inventor. Ahora, seguiría explorando las posibilidades del mejor conocimiento del espacio de las frecuencias y ondas radiales para conseguir la transmisión de señales y energía eléctrica sin cables. La invención de la comunicación inalámbrica que hoy es fundamento del funcionamiento de los dispositivos móviles.

Luego de Colorado Springs, en 1902, Tesla edificó su legendaria torre experimental de Wardenclyffe. El proyecto, no comprendido en su época, era un sistema global para las telecomunicaciones sin cableado, lo que sería el producto de un “arte sin cables” proyectado para el futuro[2]. En definitiva, lo que Tesla buscaba era dos objetivos: “a. Transmitir señales e información por todo el mundo (sistema que en algunos aspectos puede hacer pensar hoy día, tanto en la radio como en internet); b. Trasmitir energía eléctrica (gratuita) a cualquier lugar”[3]. Todo mediante un sistema capaz de transmitir señales y energía eléctrica sin cables, y esto como consecuencia de un camino experimental visionario de las patentes de Tesla que “desde 1898 en adelante constituyen la base de la radio moderna y la tecnología sin cables”[4].

La estación de Wardenclyffe, en Long Island (Nueva York), antes de su finalización. Fuente: Tesla Collection

Así como Beethoven y los grandes compositores “pensaron” a través de la música, Tesla pensaba mediante sus visiones de la electricidad y la comunicación inalámbrica. Y ese pensamiento lo condujo a una experiencia unificada de realidad expresada, en principio, en el fluido eléctrico que llega a todas partes, y como elemento cohesionador de un espacio universal de las comunicaciones sin cables.

Detrás del sistema de comunicación inalámbrica, Testa percibía una filosofía de la unidad. No es entonces sorprendente que estuviera “fuertemente influenciado por la filosofía védica y budista, lo que le había permitido entender que la realidad es una especie de ‘dinámica unitaria’”, lo que lo llevó a una cosmología que “intentaba llegar al corazón de lo que realmente es la vida”. Animado por las visiones de la electricidad universal, Tesla abrazó “la convicción tanto a nivel íntimo, como científico, de que todo el universo estaba impregnado por un ‘éter’ omnipresente que los budistas llamaban prana. Un éter que hace posible tanto la vida en el universo como el funcionamiento de todos sus mecanismos físicos”[5]. Es decir, por el espacio físico universal por el que circula la electricidad, es posible pensar en una realidad sustancial que ya está ahí, antes que nuestras interpretaciones. Olvidar esa realidad es creer, como es propio de la posmodernidad (que es la modernidad pensada) que todo depende sólo de nuestra subjetividad, de nuestras interpretaciones o de los objetos que creamos para construir la realidad, que sería “nuestra realidad”, la única existente. Tesla como pensador realista contemplaba y pensaba el espacio recorrido por la electricidad y el éter como la sustancia necesariamente anterior a nuestras visiones de mundo.  

Entonces, para Tesla, el dominio del espacio como elemento de propagación de las señales no se detuvo en un plano práctico y empírico. Tesla pretendía que el espacio electromagnético de la comunicación inalámbrica se trascendiera en dos senderos: primero, un proyecto benefactor de la humanidad a través de telecomunicaciones por una emisión eléctrica gratuita. El dominio de las frecuencias radiales y electromagnéticas para plasmar una utopía energética. Para consumar la propagación eléctrica, ya en su etapa de Colorado Springs, Tesla imaginaba globos con antenas para extender el alcance de las ondas eléctricas. Pero el segundo sendero del proyecto Tesla era un modo de pensar: una particular filosofía de lo real como unidad objetiva más allá de las interpretaciones subjetivas. De esta derivación filosófica pudo surgir la valorización del espacio no sólo como medida, cantidad o un concepto abstracto, o como mero medio físico para la circulación de los impulsos eléctricos, sino como realidad una y extensa en la que todo existe y es en una red única.

La unidad del espacio electromagnético era una manifestación de una vida que integra, comunica, unifica, muy distinta a la percepción sesgada y fragmentaria de la vida dividida en países, civilizaciones, espíritu o materia. El espacio inalámbrico en Tesla era entonces proceso físico, pero también dinámica contemplativa y filosófica.

La sociedad anti-Tesla nace del olvido del espacio físico y amplio como dimensión primera de la vida. El espacio físico, el espacio real no virtual, es el camino de propagación de las señales inalámbricas y electromagnéticas que hacen posible las comunicaciones avanzadas actuales. No nos damos cuenta de este proceso. No lo percibimos, ni mucho menos pensamos. Pareciera que mágicamente los contenidos que vemos dentro de nuestro móvil aparecen desde el celular mismo, cuando lo que llega hasta nuestras pantallas móviles lo hace por un flujo de señales inalámbricas, que recorren el espacio entre los servidores, las antenas y nuestros dispositivos. El extenso espacio físico que lo permite todo: desde la luz del sol como renovación de la vida vegetal hasta el lugar de circulación de las ondas invisibles de la comunicación, que también es el espacio que nos permite movernos y ser. Y ese espacio no está dividido, es uno solo. Pensamos demasiado por mapas que reflejan nuestra división del espacio en fronteras y límites. Pero esa es nuestra organización del espacio, no la del espacio extenso y real que fascinaba a Tesla y en el que fluyen las ondas y las comunicaciones. Sin ese espacio lo virtual del ciberespacio no podría ser.

Todo lo que aparece en las pantallas, toda la información memorizada en las unidades de almacenamiento fluye por el espacio radial y electromagnético, entre los cuerpos y los ordenadores.

Cuando olvidamos el espacio real empieza el encapsulamiento en la pantalla y su mundo virtual. No percibimos el espacio que está afuera. Solo nos movemos en él. Y la pérdida de conciencia del espacio real y extenso amenaza lo espiritual, si por espiritual entendemos lo abierto a lo universal. “Espiritual”, en este sentido, nada tiene que ver con religiones, rezos o sacramentos, sino con la apertura a lo universal. Nietzsche, en Así habla Zaratustra, insiste en “la flecha del gran anhelo”, en ir a otras orillas, ir hasta los “bordes de la cúpula azul”, el cielo; o lanzarse a alta mar y explorar horizontes nuevos y desconocidos. Un sistema de metáforas para expresar la intuición filosófica de una espiritualidad por la apertura hacia el espacio cercano, lejano, amplio, un “nuevo infinito”[6], el espacio extenso, ilimitado, universal. Cuando la conciencia sale de su encapsulamiento en conceptos abstractos y pantallas, experimenta la inmensidad de ese espacio, se proyecta a esa amplitud. La conciencia extendida es parte entonces de una espiritualidad secular que no necesita de iglesias o poses sacerdotales.

Como Nietzsche, Tesla está abierto al espacio amplio y universal.

Una espiritualidad que nace al experimentar el gran espacio, la universalidad que incluye toda la diversidad. La sociedad anti-Tesla es indiferente a la expansión universal de la conciencia.

De hecho, en la sociedad anti-Tesla la conciencia es un problema, casi un enemigo, al no poder ser satisfactoriamente imitada por la inteligencia artificial; o la conciencia misma debe ser digitalizada (como lo imagina Black mirror y los transhumanistas); debe ser transferida a un soporte informático para ser parte de cálculos, datos y algoritmos y no ser ya algo oscuro, demasiado “filosófico”, que roza misterios y perplejidades que no pueden ser resueltos procesando más velozmente la información por nuevos y más poderosos ordenadores. En la sociedad anti-Tesla no hay lugar para ninguna forma de gratuidad benefactora de la humanidad, como lo imaginó Tesla.

La sociedad anti-Tesla depende más que nunca del espacio físico real, y su espesor de ondas por las que fluye la energía que mantiene en funcionamiento el sistema. En cuanto a lo virtual, aun los más poderosos cascos virtuales no podrán destruir o prescindir del espacio de las ondas, ese espacio que a la conciencia atenta le sugiere expansión, extensión hacia lo universal en el que todo es incluido, incluso nuestros dispositivos.

II

El visionario NIkolas Tesla (1856-1943) .(Ilustración en Pintarest)

Pero insistimos: el espacio que vislumbró Tesla no es sólo un medio para la circulación de la electricidad. Es mucho más: es una experiencia de lo espacial que hace que la conciencia salga de sí misma, y se extienda y propague a ese espacio, y encienda una visión más amplia y elevada del destino humano. Antes de volver a esto desde una perspectiva política tendríamos que pensar algo que parece muy filosófico o abstracto pero que sólo lo es en apariencia: la relación de nuestra vida con el espacio real, y no sólo un espacio al servicio del intelecto o como mero trasfondo de una realidad virtual; o el espacio sólo como territorio, cuerpos y conciencias a ser subyugados por el Poder ancestral.

El espacio de la sociedad Tesla nos lleva a un espacio desplegado; el de la sociedad anti-Tesla a uno replegado. Sencillamente podríamos decir que el espacio desplegado es el espacio de la naturaleza, de las cosas y los cuerpos que están ahí fuera interrelacionados; el espacio de las ondas y frecuencias y fluidos eléctricos que tanto fascinaban a Tesla. Pero no se trata solo de recordar el espacio extenso y desplegado en el que es la vida, sino en pensar cómo o por qué olvidamos la experiencia sensible de ese espacio en que la vida es.

Si el lector no se inquieta demasiado y me sigue, pensemos a través de un ejemplo sencillo: tomemos un papel, pongamos de medio metro por medio metro. Primero lo tenemos plegado o doblado, de modo de reducir su tamaño y ocupar menos espacio. El papel plegado, incluso, podemos abollarlo y contraerlo más todavía hasta hacerlo una pelota arrugada. Ese papel así contraído representa la idea del espacio replegado, contraído, comprimido. Cuando desplegamos el papel podríamos descubrir que quizás tiene dibujos diversos, o cuerpos desnudos al estilo de Lucien Freud o Bacon. O simplemente es un papel vacío.

El papel abierto en toda su extensión nos remite a la idea del espacio real, que siempre es el espacio desplegado, el papel extendido, y no su contrario, el papel o espacio contraído. Claro que este es sólo un ejemplo gráfico. Cuando la conciencia se abre y extiende a ese espacio desplegado se hace universal, amplia, se proyecta a lo diverso, a las muchas formas, colores o dibujos en el espacio extenso; todos esos dibujos o colores que, antes replegados, escondidos, no percibíamos en el papel plegado. Esta sería en principio la actitud de una conciencia contemplativa respecto al espacio desplegado. La conciencia que se maravilla y se extiende, por ese sentimiento, hacia la apreciación del espacio en toda su amplitud.

Sigamos pensándolo: vivir en el papel plegado, y más aún contraído y arrugado, es vivir comprimido en lo local. Y estar plegado en algo local es vivir en la parte creyendo que se está en el todo. Por ejemplo creer que se conoce el mundo por las noticias, pero no saber, o no extender nuestra conciencia hacia la existencia de los otros pueblos o culturas muy distintos de los nuestros, que no viven dentro de mi papel contraído, sino en otras partes del papel extendido. Nos creemos globales porque podemos comunicarnos con todas partes; o informarnos al instante, pero sólo para salir del aburrimiento dentro de mi papel arrugado y comprimido, y confundir esto con el estar abierto o “extendido al mundo”.

Pero también podemos vivir dentro del papel plegado y arrugado, sin ninguna inquietud por lo desplegado o universal, cuando vivimos atrapados en nuestro propio ego, o en la propia ideología que ignora o desdeña todo lo diferente a sí misma. Vivir plegado en el espacio contraído es olvidar el espacio extendido que desborda y trasciende lo inmediato y local en el papel contraído.

En la modernidad antes que el olvido del ser (Heidegger), lo olvidado es el espacio extendido por el que son las cosas y los seres, los planetas y las galaxias. Lo que ayuda a este olvido del espacio real puede ser la pura representación conceptual de ese espacio; o la creación de mundos virtuales que se ponen en lugar del espacio abierto y desplegado.

Veamos primero la cuestión de los conceptos que sustituyen el espacio extendido y real. Los grandes filósofos nos “educan” para atender más a los conceptos que a la experiencia de la presencia del espacio extendido; nos acostumbran a suponer que nuestras palabras e interpretaciones son las que permiten la realidad misma. En parte Merleau-Ponty desde su fenomenología de la percepción intentó recuperar el espacio vivido que se manifiesta y no es reemplazado por nuestras teorías sobre lo que es el espacio[7].

Toda realidad humana es construida por relatos, creencias, palabras, conceptos y acciones. En ese sentido todo es subjetivo. Sin duda. Pero todas nuestras interpretaciones y creencias necesitan un a priori objetivo, algo previo que es la presencia misma del espacio en el que somos. Lo real sobre lo que se yuxtaponen las construcciones culturales del homo sapiens es la precedencia del espacio desplegado. ¿Por qué está ahí ese espacio? No lo sabemos. Y no nos tendríamos que dejar engañar por la postura científica que pretende saber cómo empezó todo o de dónde viene todo. Asimismo debemos desconfiar de todo individuo o doctrina que pretenda saber por qué está ahí el espacio desplegado. Y, claro, en nuestra duda se debe incluir a los filósofos, grandes hechiceros de conceptos.

Un gran filósofo es quien engaña construyendo una idea de conocimiento que está en su mente más que en la realidad. Ejemplo rotundo: Hegel. Su deslumbrante filosofía pretende explicar la tensión del mundo humano y universal. Todo debe ser reducido a la idea, al concepto. La realidad misma es el despliegue de una red de conceptos que se enlazan entre sí dialécticamente. La fenomenología del espíritu, obra máxima hegeliana, como gran sistema conceptual que pretende una explicación del todo. El espacio en el que la naturaleza es lo exterior en lo que aparece lo otro y las negaciones para que los conceptos inicien un proceso de negación y superación de esas negaciones. Así funciona la célebre dialéctica hegeliana superadora de negaciones. La naturaleza, el espacio exterior, lo que llamamos el espacio extendido es parte necesaria de este proceso. Pero su destino es “devenir concepto”, ser espiritualizado primero por el arte y finalmente por la filosofía como explicación superior del todo.

Para Hegel, la naturaleza, y el espacio desplegado, no tendrían “verdadera existencia”, una existencia en sí misma: “Ciertamente hay formas que son solamente necesarias… son las cosas naturales; pero éstas, precisamente por eso, no son verdaderas existencias, con lo que no quiere decirse que no haya existencias, sino solamente que no poseen su verdad en sí mismas. La naturaleza es, por eso mismo, abstracta, no logra la verdadera existencia”[8].

El espacio exterior, en el que la naturaleza solo tiene sentido si se “repliega” y “contrae” en los conceptos que lo explican. El espacio desplegado de las cosas, los seres, el de la naturaleza y sus dinámicas extensas y materiales, no puede tener una pre-existencia independiente de los conceptos de la razón. La naturaleza es solo lo explicado por los conceptos que Hegel pretende vienen del Espíritu (algo equivalente a Dios, para evitar rodeos que ahora no podemos hacer). Pero ese Espíritu, pauta creadora y explicadora de toda realidad, es en definitiva una forma de pensar de nuestro intelecto, de nuestra subjetividad.

Tesla con su bombilla es un prototipo de luz «fluorescente» demostrando la transmisión inalámbrica de energía, probablemente en su laboratorio de Nueva York en la década de 1890.

Así, el pensamiento siempre intenta “plegar”, “doblar” o “contraer” en nuestros conceptos el espacio desplegado de la naturaleza. Este proceso se repite desde Platón y su mundo metafísico de las ideas, el cristianismo y su Dios lejano trascendente, hasta Descartes en el siglo XVII y la superioridad del pensamiento respecto a los cuerpos. Es legítimo que la filosofía intente explicar la realidad que ya existe, fuera del sujeto, pero no es lícito que nos prepare para, primero, pensar que la realidad es sólo realidad humana, y segundo, que la existencia misma del espacio depende, esencialmente, de cómo lo interpretamos o pensamos. Por más que nos pese: el espacio desplegado, con sus ondas y frecuencias, que maravillaban a Tesla, está ahí antes del homo sapiens, y si éste desaparece seguirá ahí. No deberíamos confundir nuestra manera de construir nuestra realidad hecha de pensamientos, creencias y acciones, con la existencia misma del espacio real. Kant ya había admitido que hay un exterior del sujeto que es incognoscible, se nos escapa, y que construimos nuestro modo de conocer pero no las cosas en sí mismas.

Y no sólo los conceptos de la filosofía pretenden ser más importantes que el espacio desplegado. También los nuevos modos de realidad artificial construidos tecnológicamente, como la realidad virtual, nos “educan” para olvidar o subestimar el espacio real, el espacio en su amplia extensión. Siempre la excepción es la realidad aumentada, el híbrido de virtualidad y realidad física[9]. Pero cuando la realidad virtual se contrae en sí misma se inicia el camino hacia el momento futuro de la realidad virtual total. Cuando, por ejemplo, al entrar en una sala, en ésta podamos sumergirnos en recreaciones virtuales de cualquier lugar e incluso de cualquier tiempo[10]. En ese entorno artificial la inmersión sería total; sin un casco podríamos sentirnos sumergidos en una simulación que pareciera totalmente real. Pero aún esto no cambiaría el hecho de que la realidad virtual existe en el espacio desplegado, y no lo sustituye.

III

La foto formaba parte de una serie publicitaria tomada por el fotógrafo Dickinson Alley en 1899 para el artículo de Nikola Tesla «El problema del incremento de la energía humana» en la revista Century Magazine,

Como antes sugerimos, lo global nos engaña: estamos físicamente más conectados que nunca en la historia, qué duda cabe de eso. Pero que alguien en Buenos Aires pueda comunicarse con otro al instante en China, no significa que nos extendemos hacia y a través de la amplitud del planeta sino sólo que los lugares particulares y las personas particulares se comunican más rápidamente a través de las tecnologías de las comunicaciones. La facilidad de estas comunicaciones globales nos da la sensación de cercanía; incluso algunos hablan de esta época como la del “fin del espacio o de la geografía”. Algo para tomar con cuidado, porque esa sensación de que todo es cercano, como si todos viviéramos en una gran y única ciudad global, es consecuencia del hecho de las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación). Y este hecho es posible, entre otras cuestiones, por el flujo de ondas e impulsos electromagnéticos en el espacio desplegado y extenso. La comunicación no se da directamente entre los celulares y las computadoras; los celulares y ordenadores interactúan y se “comunican” por una previa comunicación inalámbrica que es posible por el flujo de las ondas que atraviesan el espacio real y extenso.

La sensación de cercanía global es entonces parte del olvido del espacio real. Y lo global no es lo universal. Es lo local que puede entrar en conexión con cualquier otra parte local, pero sin ninguna conciencia de unidad planetaria real. No es entonces la glocalización, “el pensar globalmente y actuar localmente”. El pensar global como conocimiento de procesos económicos y cultural globales, pero sin la conciencia real de pertenencia a un espacio mayor habitado no por este u otro pueblo, sino por la humanidad. Estamos muy lejos de que la tecnología de las comunicaciones de un extremo a otro del planeta se transforme en una conciencia universal encarnada.

Pero en la historia la conciencia universal se degeneró en conciencia abstracta o conciencia imperial. La cultura de lo que sólo es en pantalla, en una representación electrónica o virtual abstrae o separa de lo real diverso y físico. Pero mucho de la tradición filosófica es una preparación para la adoración de lo abstracto: eso explica que muchos filósofos puedan pensar sólo contemplando ideas, o repitiéndolas, sin observar y experimentar el mundo material real.

Por otro lado, en la realidad histórica, lo universal puede manifestarse como conciencia imperial que demanda la posesión de territorios, pueblos y recursos, o mercados. Un tipo de conciencia que nace del fin estratégico del Poder ancestral que siempre busca administrar al otro para mejor aprovecharlo y sujetarlo. Este poder debe negar toda conciencia universal real propia de una sociedad Tesla, porque esto nos acercaría a algo especialmente peligroso: una ética real de confraternidad de la especie. Algo imposible porque el Poder ancestral necesita bloquear la expansión de la conciencia dado que su propia existencia depende de la separación y la fragmentación de la conciencia de los dominados.

El Poder ancestral promueve el despliegue del conocimiento, pero junto al disfrute de la vida por la élite o minoría que controla las fuerzas económicas y tecnológicas. Se podrá decir que la mayoría, en términos históricos, crece en el acceso a una mejor vida, más alejada de la pobreza. Esto es innegable. Menos pobreza y pestes, como insiste Harari, o el neoiluminista Steven Pinker. Pero esto no supone en modo alguno la desaparición de las riquezas concentradas en manos de las élites del mundo. Y, a su vez, no habría que exagerar el análisis de que hoy los individuos se autoesclavizan (Byung Chul Han). Las personas se hacen consumistas o se enajenan sólo si primero un espacio social exterior los compele a internalizar los imperativos de productividad. Para que haya un sujeto que se autodomine debe haber una continua fuerza desde afuera que lo contraiga.

La subjetividad en la era virtual es ajena a una conciencia de universalidad. Se comunica con todos en todas partes, pero sigue plegada, comprimida en lo local, particular e inmediato, donde se repite la presión que exige el aumento de la capacidad de consumo y la aceptación de la tecnorrealidad como única opción, porque desconectarse equivaldría a la muerte civil.

El poder necesita contraer y plegar la subjetividad para mejor adaptarla a vivir cada vez más on line. Olvido “institucionalizado” y necesario del cercano espacio real, universal, extenso. Drama del sujeto sin espacio de la sociedad anti-Tesla.

IV

Imagen generada desde IA de Bing, generada con prompt: el científico tesla más paisaje futurista con electricidad

Ninguna tecnología crea nuevos mundos que se producen a sí mismos desde la nada. No. Toda tecnología, por más sofisticada que sea es una transformación de elementos materiales y fuerzas naturales. Cuando en este libro hablamos de la nueva alquimia robótica vimos ejemplos de este proceso. Los robots del futuro, si realmente quieren acercarse a una imitación satisfactoria del humano, deben replicar los elementos blandos que componen la anatomía de los animales y del homo sapiens mismo. Recordemos a Octobot, el robot blando experimental de Harvard. La biomimética propone resolver los problemas humanos mediante soluciones que están en la naturaleza, en su espacio extenso y desplegado. Por ejemplo: la cabeza de trenes de alta velocidad imita las formas aerodinámicas de la cabeza de ciertos patos; el polietileno como plástico sintético se compone de polímeros procedentes de las sustancias del petróleo, y que no se degradan por varios siglos, con el consiguiente beneficio para el medio ambiente; de ahí la búsqueda de materiales biodegradables en base a la propia naturaleza. El kevlar es una fibra de alta resistencia que surge de imitar el tejido de las telarañas, y que se usa en neumáticos y chalecos antibalas.

Pero detrás de todo el proceso de ponderación de la naturaleza como modelo de diseños o materiales a imitar e incorporar, rápidamente podemos advertir que esta insistencia en volver al espacio extenso del mundo real nada tiene que ver con una experiencia de ese espacio como gimnasia espiritual de una conciencia universal. El gran interés de las ciencias por el mundo real no virtual es parte del avance del conocimiento y la tecnología al servicio de la humanidad, sí, sin duda; pero sin olvidar que primero, la ciencia, salvo excepciones, fragmenta el todo del espacio en fenómenos u objetos de estudios separados; y segundo, muchos aspectos de lo tecnológico como ciencia aplicada son promovidos principalmente por ser funcionales a la consolidación del Poder ancestral.

En este punto la ciencia de Tesla y la ciencia biomimética poco o nada tienen que ver entre sí. Sin embargo, todo lo que se encuentra ahí afuera para su mejor imitación por la biomímesis, o su estudio por las ciencias en general, nos recuerda lo que el mundo físico desplegado hace presente: no solo las cosas visibles, sino también el espacio de las ondas, de lo invisible que sin obstáculos puede extenderse y propagarse hacia todas partes y más allá del propio planeta.

Lejos de ser solo receptáculo para las cosas quietas, el espacio real es lugar para el desplazamiento de la luz y el sonido.

Ondas, frecuencias, vibraciones.

El espacio desplegado entonces, finalmente, nos conduce hasta un espacio vibratorio.

Y por lo tanto musical.

Y la música no es sólo creación humana. Es un estado de la naturaleza: desde los sonidos de los planetas que se desplazan en sus órbitas, el canto de los pájaros, el cantar acuático de las ballenas, hasta el imperceptible sonido del movimiento de los electrones. Y en un mundo vibratorio y musical, la conciencia se extiende si resuena musical o artísticamente con ese espacio. Frente a la conciencia contraída en lo más virtual del ciberespacio, o en la pantalla del entretenimiento continuo, la conciencia musical nos extiende al ser de las cosas en toda su presencia.

La música escuchada despliega la conciencia fuera del propio ego, más allá de nuestros dispositivos y pantallas. Por la sensibilidad musical la conciencia se extiende. Los sonidos no son sólo ondas que atraviesan y rozan los cuerpos sólidos; los sonidos extienden la conciencia en el espacio no dividido por fronteras físicas o el límite de las palabras, y nos comunican con algo superior, real, no virtual, extenso: el universo. Como lo sugiere la sabiduría musical de Daniel Barenboim: “la música tiene un poder que va más allá de las palabras” y “música y religión comparten una preocupación común por la relación entre los seres humanos y entre el hombre y el universo”[11]. En ese sentido, el espacio que escucha el oído es más extenso, dinámico, primitivo, potencialmente ilimitado, respecto al que ve el ojo encandilado por las pantallas y el ciberespacio.

Tesla, electricidad, conciencia, música (Imagen generada por IA Bing, con prompt: ciencia electricidad y música instrumentos musicales y expansión de la conciencia

El mundo sublime y sonoro nos “transporta” más allá de lo conocido en el espacio inmediato; a ese estado apuntaron los grandes compositores, desde Palestrina, Bach, Beethoven hasta Scriabin, Ives, Ligeti o Arvo Pärt. Y, en términos filosóficos, la música como las ondas que siempre resuenan más allá es camino al fondo de la vida. Así lo pensó Schopenhauer en la tercera parte de El mundo como voluntad y representación, o Nietzsche en El nacimiento de la tragedia, donde en la música de los antiguos griegos adoradores de Dionisos encontró la señal de una experiencia extática de comunicación. Comunicación con una fuerza universal que vibra en todo el espacio desplegado de la naturaleza. Y no en vano Nietzsche también observó que uno de los aspectos fundamentales de la crisis del hombre moderno se vincula con la desespiritualización; entendida ésta como pérdida de la percepción de lo amplio e infinito, por ya no escuchar la música, por la pérdida del “oyente estético”. La cultura moderna no escucha la música, sólo encuentra en ella entretenimiento, o comprensión intelectual de cómo la música fue compuesta o hecha[12].

La música del tiempo global es parte de la repetición de clichés. Es parte de lo efímero, el entretenimiento, o la adoración religiosa de bandas y orquestas. El redil de la llamada “música comercial”. No es posible una experiencia musical a través del sistema que salga del sistema.

La experiencia profunda de la música es puente hacia lo que no experimenta el mero intelecto; nos sumerge en la realidad enorme del espacio y el tiempo. Pero esto no significa que la música sea sólo encuentro con una realidad objetiva. Es esencialmente subjetiva porque depende de una interpretación emocional humana; y esto es bueno recordarlo hoy cuando una “música correcta” puede ser compuesta por algoritmos quizá mejor que por los compositores humanos[13].

Pero la interpretación emocional de la escucha musical no es sólo escucha de este tema u obra; es experimentar la realidad en toda su vibración espiritual más allá de nuestros prejuicios y del mundo-pantalla de la era virtual. Y si la escucha musical es escucha de la presencia del gran espacio real, esto también es sugerido por la física teórica contemporánea más promocionada: la teoría de las cuerdas cuando, más allá de las disputas por los modelos matemáticos para su verificación o rechazo, nos sugiere que en el fondo del espacio real están las cuerdas, las vibraciones primordiales; la confirmación por vías occidentales de la intuición antigua de que todo surge de un sonido o vibración primordial[14].

En la sociedad anti-Testa se perfecciona la contracción de la atención al espacio en las pantallas, en la virtualidad del ciberespacio y lo on line. La escucha musical profunda es enemiga de esa contracción. Porque despliega, abre y expande nuestra conciencia hacia el espacio real no virtual. Recuerdo por la música del espacio mayor en el que somos. ¿El universo? Sí, el universo.

V

La sociedad anti-Tesla está a miles de años luz de la experiencia artística y filosófica de la música, como del sentido de la utopía que incluya a la humanidad como conjunto y no sólo a las élites, y la energía como recurso gratuito.

La energía eléctrica gratuita para todos, o la energía solar en el futuro, solo fluirán por el espacio común de la atmósfera. Un mismo espacio que además de ser vibración y música, es lo que da lugar; el espacio real, no sólo virtual, en el que los cuerpos son e interactúan, y que tendría que llevar a la unidad por la conciencia de que todos pertenecemos a una misma bioesfera.

Pero esto no puede ser. El Poder ancestral siempre se encargó de romper la unidad de la especie y la conciencia de que todos somos en un espacio universal común. El poder sólo conoce un tipo de unidad: la de un mundo dominado. La sociedad anti-Tesla es la fase tecnorreal que profundiza el Poder que separa y que sólo integra en un mundo global que puede ser mejor observado, manipulado. Dominado.

El pensamiento abstracto y la realidad virtual se asemejan en que educan para el olvido del espacio real. Pero ese espacio no virtual es el escenario del drama continuo del humano dominado por sí mismo, el que se mata y esclaviza a sí mismo; y el que, quizá, en futuros inciertos, sea dominado por sus creaciones robóticas; o su enajenación definitiva sea por un surrealista capitalismo algorítmico autorregulado en el que podría darse, o no, la paradoja de que el humano mismo ya no sea necesario, o que ya no exista tal como ahora lo conocemos. No lo sabemos.

Mientras tanto, la red universal de la web no es sólo informática; es lo que se interconecta gracias a las ondas que nacen del espacio y lo recorren. Ese es el gran espacio real del planeta, que contiene la evidencia de nuestra uniformidad biológica: todos nos alimentamos y dependemos de los procesos universales de un mismo ecosistema planetario; todos somos bajo “el mismo cielo”, en un espacio que se extiende para todos. Esto dice universalidad, unidad de la especie, reflexión más allá de la fragmentación de lo humano.

El espacio de los flujos eléctricos que llegan a todas partes y todo lo pueden conectar fascinaba a Tesla. La fascinación de lo eléctrico lo podemos apreciar en todo su logro rotundo en la visión de una gran ciudad iluminada en la noche cuando la vemos desde la altura. Una creatura de miles de ojos, destellos y líneas iluminadas. Ese gran ser que brilla en la oscuridad es parte del logro de la magia de Tesla.

Tesla le dio el principio del funcionamiento eléctrico a la sociedad informática e industrial contemporánea, pero desde una mentalidad altruista y universalista. Obviamente debía quedar fuera de la historia y hoy lo recordamos indirectamente por el auto eléctrico Tesla de Elon Musk más que por su cosmovisión, la de la sociedad Tesla.

En la sociedad anti-Tesla, que coincide con la era de las multipantallas y lo virtual en consolidación, podremos comunicarnos cada vez más y mejor, podremos creer que somos “importantes” por el yo virtual que nos construimos en las redes, pero el mundo global no es universal. Y entonces la fragmentación y la separación entre los dueños del único mundo dominado y los espectadores, crecerá.

En la sociedad anti-Tesla no hay música y expansión de la conciencia. Hay perspectivas de grandes avances, acaso mejor salud y conocimiento. Sí. Pero también el peligro de fascinarnos cada vez más por nuestros dispositivos, mientras la música de la confraternidad se ahoga, como siempre, en un sordo quejido.

N.Tesla (en Pintarest)

Fuente: Esteban Ierardo, «La sociedad Tesla y anti-Tesla», en Mundo virtual, ed . Continente.


[1] Esto es una expresión general, claro. Ningún inventor lo hace desde la nada sino como diría Newton montado en brazos de gigantes, es decir en toda una trama de investigaciones anteriores. Benjamin Franklin y la filosofía natural del Romanticismo tiene su cuota de protagonismo en la investigación del fluido eléctrico como energía natural; lo mismo que los estudios sobre el electromagnetismo de Maxwell. Y tampoco debe olvidarse el código Morse y el telégrafo eléctrico.

[2] En el articulo “El futuro del arte sin cables”, publicado en 1908, en el Wireless Telegraphy Telephony, Tesla declaró lo siguiente sobre el proyecto Wardenclyffe: “(…) Más importante que la comunicación de la información, será la transmisión de la energía sin el uso de cables y a gran escala, cosa que convencerá a cualquiera de las enormes potencialidades de su utilización. Esto será suficiente para mostrar que el arte sin cables ofrecerá muchas más posibilidades que cualquier otra invención o descubrimiento jamás efectuado hasta ahora, y si las condiciones son favorables, podemos esperar con certeza que en los próximos años surjan maravillas de las aplicaciones de esta tecnología”, citado en Massimo Teodorani, Nikola Tesla. Vida y descubrimiento del más genial inventor del siglo XX, Sirio, Málaga, 2011, p. 41.

[3] M. Teodorani, Nikola Tesla, op. cit., p. 42

[4] Ibídem, p. 43.

[5] Ibíd., p. 76.

[6] La apertura y expansión a la amplitud como rasgo determinante del pensar nietzscheano puede ser observado en Eugen Fink, La filosofía de Nietzsche, o Paul Valadier, Nietzsche y la crítica al cristianismo. La salida a alta mar y “nuestro nuevo infinito” pertenecen al aforismo de La gaya ciencia.

[7] Ver Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción, Altaya, Barcelona, 1999.

[8] Georg Hegel, Introducción a la historia de la filosofía, Sarpe, Madrid, 1985, p. 56.

[9] Recordar todos los aspectos positivos que observamos sobre la realidad virtual relacionada con la realidad aumentada, o el uso de las simulaciones virtuales para la investigación y reconstrucción del pasado, la arqueología, el estudio del cuerpo en la medicina, y otras tantas aplicaciones.

[10] Incluso podríamos imaginar en un futuro indeterminado una realidad virtual inmersiva total que permitiera la simulación de los grandes hechos de la historia. De modo de poder viajar al tiempo, como siempre se lo quiso. Y movernos dentro de la realidad simulada alrededor de Jesús en su cruz, en la cubierta de la Santa María de Colón antes de descubrir el Nuevo Mundo, o el momento de la construcción de las grandes pirámides egipcias. Inmersión en 3D en la simulación virtual de la historia.

[11] Daniel Barenboim, El sonido es vida. El poder de la música, Grupo Norma, Bogotá, 2007, p. 119.

[12] Ver Federico Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, sección 22, Alianza, Madrid, 2012, traducción de Andrés Sánchez Pascual, p. 173-178.

[13] Recordar la música creada por ordenadores y algoritmos de David Cope.

[14] Ver Joachim Ernst Berendt, Nada Brahma. Dios es sonido, Abril, Buenos Aires, 1986.

Tambien para consultar:

Tesla. Inventor de la era eléctrica» de W. Bernard Carlson

(Foto vintagenewsdaily.com)

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