Entre Herzog, los estoicos, y el sol (de ayer y hoy)

Por Esteban Ierardo

Un momento de Lecciones de oscuridad (1992), documental de Werner Herzog.

Nuestra relación con el sol y su luz y el fuego, pensados transversalmente desde la relación entre Herzog y su documental Lecciones de oscuridad, los estoicos, la teología solar y el mito, el arte y la energía solar contemporánea.

1.Comienzo.

Sadam Husein incendió los pozos. El petróleo ardió. Antes de su salida de Kuwait, el líder iraquí ordenó la quema salvaje.

  Cuando el fuego empezó a ser sofocado por bomberos de elite, Werner Herzog se acercó a los pozos en llamas con sus “armas” artísticas: cámaras y equipos de sonido. Así filmó la lucha contra el incendio. La sustancia visual de Las lecciones de la oscuridad (1992), documental de arte en el que el cineasta alemán convierte un incidente de guerra en lenguaje mitopoético. Un ejemplo importante de cómo el arte transforma hechos en símbolos.

  Al ver esta obra de Herzog, primero estamos frente a petróleo y pozos ardientes, equipos internacionales de extinción de incendios para, luego, con música wagneriana y escasas palabras, terminar ante camiones que son dragones y bomberos transformados en héroes de una epopeya clásica.

   El fuego es también un símbolo arcaico vinculado al pasaje de lo crudo a lo cocido, de lo animal instintivo o lo civilizado. Los mitos del fuego tienen su significación propia subrayada por James Frazer [1]; y en la tradición clásica occidental Prometeo roba las llamas al dios Zeus para beneficiar a la humanidad, como lo expresa en su poesía trágica Esquilo; o el fuego quema el mundo para terminar un ciclo cósmico y empezar otro, en el mito hinduista de Siva.   

  Y el fuego nos devuelve indefectiblemente a Heráclito. Pero también nos invita al encuentro con otro momento esencial de la filosófica antigua: los estoicos. En esa corriente de pensamiento se refugia otro hito de un pensar dentro de la naturaleza. Los estoicos pueden iniciarnos en una reflexión que alude a un “fuego artesano” como principio creador y luego, y más allá, a lo ígneo solar y resplandeciente apropiado por las teologías políticas monárquicas, y a la reducción del fuego-sol, en lo contemporáneo, a lo que llamaremos “impresionismo solar”, o lo solar desteologizado, proceso por el cual el otrora Dios Sol pierde su pleno simbolismo cosmológico.  

  Empecemos, entonces, desde otra narrativa de relaciones…

2.Los estoicos y el fuego

Esquina noroeste de la Poikílē stoá o ‘Pórtico Pintado’, en primer plano (año 2020) (Wikimediacommons)

  Cleantes fue uno de los exponentes del estoicismo antiguo. Nació en Aso, en el Asia Menor, cerca de la isla de Lesbos, en el 331a.c. De origen pobre, en sus primeros años sus puños le dieron de comer. Fue púgil, pero quiso progresar y se embarcó a Atenas llevando consigo, según Diógenes Laercio [2], solo cuatro dracmas. Allí, en una Stoa, se encontró con Zenón de Citio, originario de Chipre y creador de una nueva filosofía que unía a Heráclito con Sócrates y Aristóteles. En la Stoa Pecile o Pórtico Pintado, al norte del ágora de Atenas, Cleantes escuchó las lecciones de Zenón y se convirtió en su discípulo. Los apremios materiales para la supervivencia lo obligaron al trabajo duro. De día se aplicaba al estudio y de noche cargaba agua para el riego de jardines. Así encontró su nombre φρεάντλης (phreantles), el “sacador de agua de pozos”.

De tanta actividad física, Cleantes se hizo de un cuerpo saludable y robusto que impresionada a sus contemporáneos que lo llamaron el “segundo Heracles”. Su disciplina de trabajo y su pasión por el pensamiento le hicieron más admirable. Prefería su vida pobre a la de los ricos. A veces no tenía dinero para papel y entonces escribía en ostras y en omoplatos de buey cuanto había oído a Zenón. Su esmero lo convirtió en su sucesor que a su vez será sucedido por Crisipo, el otro gran propagador del estoicismo antiguo. En su final, se le entumecieron las encías. Dos días estuvo sin alimentarse. Luego de mejorar por la ayuda de los médicos, podía volver a comer. Pero dijo que “ya tenía mucho camino andado”, e invitó a la muerte a liberarlo, finalmente, de las fatigas de este mundo. De sus múltiples libros perduró con mayor influencia su Himno a Zeus. Aquí, Cleantes le cantó a un principio divino que actúa en la naturaleza y que es la propia naturaleza como orden racional y regular.

   Según Cicerón en su De natura deorun (De la naturaleza de los dioses), en el primero boxeador y después acarreador de agua, la divinidad del mundo era la consecuencia de observar la “hermosura y el ordenado movimiento de los cielos”[3]. Ese ordenado movimiento es la regularidad de las leyes naturales. En esa estabilidad Cleantes y los otros estoicos encontraron la evidencia de un orden racional o logos, una inteligencia divina que opera en la naturaleza.

  No es nuestro propósito aquí desplegar toda la variedad y complejidad de la filosofía estoica [4], sino únicamente destacar su atribución de realidad suma a la naturaleza, para contrastarlo con el antropocentrismo actual para el cual la acción humana es más importante que la realidad ambiental como condición para nuestra propia vida. En la mentalidad presocrática y estoica, la naturaleza es la realidad superior racional e inteligente que discute con la metafísica pura, y como observa George Thomson anticipa la ciencia moderna y defiende la dignidad del mundo material, pero desde un materialismo distinto al contemporáneo [5].

  Los estoicos recogieron la influencia de Heráclito. No tomaron del pensador de Éfeso la noción de la vida como sucesión de contrarios, pero sí adoptaron al lógos como principio dirigente “que todo lo gobierna, y del que participan todos los hombres. El fuego como símbolo o vehículo del lógos en Heráclito fue también adoptado por Zenón como base de la física estoica”[6]. Para los estoicos, el sabio debe vivir en conformidad con el lógos, lo que supone un vivir homologoumenós, en la integración entre el humano y el mundo. Y “ninguna cosa particular, aun la más mínima, viene a existir sino de conformidad con la naturaleza universal y su razón (lógos)”, enfatiza Plutarco.

   Los estoicos discreparon con el platonismo y su trasmundo de las Formas o Ideas, o con la teología aristotélica en la que Dios se convierte en motor inmóvil que mueve el mundo desde fuera y que se recluye en sí mismo, al punto de convertirse en “pensamiento de su pensamiento”. Para la mentalidad estoica, la realidad no se despliega desde ninguna gran estructura metafísica sino que reposa y se mueve en “aquello que existe”. Lo real es el mundo natural, no a la manera del materialismo moderno en el que la materia se auto-crea y produce azarosamente y funciona como una gran máquina. Por el contrario, en la esfera estoica del pensar la materialidad es inseparable de la mente y de la noción de una naturaleza animada por el gran lógos divino también asimilado a un “aliento ígneo”, a Dios, la Providencia, la “recta razón, o un “fuego artesano” o “fuego artístico en camino de crear”, según refiere Diógenes Laercio. 

  Naturaleza es lo que mantiene unido todo lo que compone el mundo (desde una perspectiva realista, no desde el mundo en tanto construcción de la subjetividad), y es lo que hace mover y crecer las cosas; no es solo un poder físico sino una racionalidad que ordena, impele, dinamiza, pone en movimiento e infunde el “calor vital”. Así el lógos o razón cósmica se vincula con el fuego, aunque también con el aire que se expande a todas partes (pneuma).

  En sus inicios, los estoicos fueron contemporáneos de los epicúreos, otra fulgente joya de la filosofía helenística. Lo epicúreo abrazó los placeres intelectuales cuyo ejercicio redundan en la armonía del cuerpo y la tranquilidad del ánimo. En la cosmología epicúrea la materia se explica por la caída en el vacío de cascadas de átomos que, al desviarse (el llamado clinamen), chocan entre sí e inician combinaciones azarosas que producen las cosas. En su búsqueda de la vida tranquila o serena, por la ataraxia o indiferencia a las perturbaciones del mundo, anhelo compartido por los estoicos, los epicúreos aspiraron a neutralizar el miedo a la muerte y a los dioses. No negaron las divinidades del panteón olímpico, pero las mantuvieron lejos. Los dioses existen. Sin embargo, no se preocupan de los asuntos humanos, sentenció Epicuro.

 Los estoicos actuaron respeto a la religión griega tradicional con otra actitud. Lo mismo que los presocráticos, los dioses remiten a fenómenos naturales, y los astros, en este sentido como en Platón, son divinos y representan el máximo orden de la naturaleza. De hecho, el último Platón acudió también al ejemplo del ordenado movimiento de los cuerpos celestes para avalar su tesis de una dirección inteligente de las cosas por una Alma del Mundo, en el Timeo o el Libro X de Las leyes. Esa alma es incorpórea como las célebres Formas o Ideas platónicas.

  Pero para los pensadores de la Stoa, el Alma del Mundo como lógos ordenador es una entidad corpórea. El fuego artístico como principio dirigente es una especie de cuerpo. La existencia misma se reduce a cuerpos. Para que algo exista debe ser capaz de “poder actuar y sufrir acción”, como ocurre entre los distintos cuerpos. En oposición a esto, para el personaje del Forastero eleático en el diálogo platónico de El sofista, las cualidades morales no se caracterizan por ningún tipo de corporeidad sino por su intangibilidad. La cualidad de justicia, por ejemplo, es intangible aunque se exteriorice o manifieste a través de una acción humana a la que le cabe su valorización como “justa”. Pero para los estoicos, la virtud que implica la justicia, o el vicio que regurgita el robo, la mentira o la traición, se plasman en el poder de un cuerpo que actúa sobre otro, y que a su vez puede sufrir o recibir la exteriorización de una cualidad moral, como la justicia, ejercida por otro cuerpo.

  Lejos de amedrentarse por la distinción entre lo empírico y lo intangible, los estoicos afirmaban que todo es cuerpo y relación entre cuerpos, y que la Naturaleza es el principio activo o cuerpo que actúa sobre otros. Y la mente también es cuerpo. Así, “los cuerpos, en el sistema estoico, son compuestos de “materia” y “mente” (Dios o lógos): la mente no es otra cosa que cuerpo, más un constituyente necesario de éste, la “razón» es la materia” [7].

   A su vez, para los estoicos todos los cuerpos dentro del cuerpo de la naturaleza se relacionan entre sí desde una “ley de causalidad universal”. Todo sucede según procesos de causa y efecto, mediante vastas causalidades que todo lo unen en el gran tejido o red de la unidad de las cosas.  

 En esta visión desaparece el azar, se impone el determinismo, dado que todo debe tener una causa. Para los estoicos todos está ligado (interrelacionado causalmente), y también lo están las partes de la filosofía. Así su ética no puede divorciarse de su física.

  Y la perla más fina de su ética es el sabio estoico. Una forma de la sabiduría que todavía ejerce su magnetismo entre nosotros. Sabio es quien primero comprende el gran logos, el orden y regularidad de la naturaleza, su dinamismo y estabilidad universal. Y a partir de este conocer participa de ese orden. Por eso el sabio es quien vive conforme a la Naturaleza y su orden, e integra el pensamiento y la acción individuales al logos universal del mundo natural.

  La sabiduría estoica se nutrió fuertemente de los cínicos, otra fundamental escuela del período helenístico. Los cínicos veneraban a Sócrates, y su énfasis en la vida ética antes que en la especulación metafísica o cosmológica. Lo esencial es el buen actuar, el conocimiento y practica de los valores morales. La moralidad es auténtica cuando se libera de las falsedades de las convenciones, las costumbres y tradiciones que marcan en la piel el sello de lo artificial e impuesto, distinto a la espontaneidad que se conforma al orden de la naturaleza, ajena a los mandados sociales,  indiferente a la obsesión por el aplauso y aprobación públicas. Ese desprendimiento fue celebrado y adoptado por el sabio estoico, que aspiraba a actuar fuera de los deseos o pasiones personales que rugen por el reconocimiento, las posesiones y riquezas como escaleras hacia la vida feliz. El sabio estoico sabe que esas escalinatas están hechas de peldaños falsos y carcomidos que fácilmente se desploman cuando la buena fortuna tuerce el timón hacia la desventura y la pérdida de los honores, patrimonios y halagos.

  Por eso, como ética, el estoicismo impactó poderosamente en la intelectualidad romana en la época de su esplendor imperial, en Séneca, Epicteto y Marco Aurelio (entre los siglos I a II dc); y luego, en el fin de la edad media, su legado fue recuperado por Petrarca, quien en el siglo XIV abrió las puertas al humanismo que en la ética vio el mejor camino para la realización de lo humano.

   La ética y la física estoica se correlacionan. Todo está unido. La realidad es una, se compone así una filosofía monista. Para los estoicos, la realidad no se divide en dos mundos contrapuestos de espíritu y materia, como en Platón o en el cristianismo, o en Descartes; lo divino, lo espiritual, la inteligencia y racionalidad informan y ordenan la naturaleza. Lo divino y la naturaleza son lo mismo, con un punto de semejanza, pero no exactamente, con Spinoza.

  El pensar estoico nos resitúa en la realidad mayor del mundo natural con sus equilibrios, orden y regularidad. La introducción posterior de los dinamismos, contingencias y caos de la ciencia actual, le eran desconocidos. Los estoicos construyen así una filosofía que aspira a la sabiduría del saberse parte y manifestación de la racionalidad superior de la naturaleza [8], con su “fuego artesano”, su “fuego artístico” como principio ordenador.

 Y el fuego que dirige y ordena, crea y expande, es asimilable a la acción del sol.

3. La teología solar entre el mito y la historia

La superficie del sol (Wikimediacomonns)

  Y el fuego-sol también nos remite a su influencia en la historia de la cultura, y a su presencia contradictoria en lo contemporáneo, como lo que llamaremos, luego, el proceso del  “impresionismo solar desteologizado”, y la “esperanza” de lo solar.

  El fuego-sol fue adorado en las culturas arcaicas, pero no necesariamente en la totalidad del globo. Solo en el Egipto antiguo, en México o Perú, el culto solar alcanzó una preeminencia superlativa. Las hierofanías solares, en la expresión de Mircea Eliade, alude a un “régimen diurno del espíritu” por el que se privilegia una transparente inteligibilidad de lo real [9]. Es decir: la luz solar ilumina, despeja las tinieblas, aniquila la noche y la ignorancia, permite “inteligir lo real”, conocer lo absoluto; su transparencia, brillo y claridad son la manifestación visible de la verdad eterna y divina.

  Lo solar también es poder fecundador. Fecunda la Tierra con el “semen” de sus rayos caídos desde el cielo. Lo diurno solar fertilizante de la gran madre telúrica-lunar. El sol fecundador, dador de vida, se convierte también en legitimador cósmico del soberano, la “solarización arcaica de lo político”. El rey es como un sol: debe iluminar y fertilizar, dar vida, abundancia, alimento que aplaste la carencia y el hambre. Lo solar en la Tierra. El monarca como “hijo del sol”, como el emperador inca.

 También el sol es el ojo del dios supremo. Desde su dominio del cielo, ve, escruta y vigila a las creaturas. Lo solar es potencia omnipresente, ubicua, está en todas partes; y fertiliza y gobierna por los reyes “hijos del sol”. Pero al humano mortal le cabe también una responsabilidad en la restauración de las fuerzas solares. El sol mengua al acercarse el solsticio de invierno. Esa declinación es preludio del fin de un ciclo, de extinción apocalíptica. Por eso el humano debe ayudar al sol, a su fortalecimiento y continuidad, tal como ocurre entre los aztecas [10].

  Entonces, durante buena parte de la historia de las culturas el mito solar impacta fuertemente en la filosofía, la religión, la mística, la legitimación teológica de lo político. En la filosofía de Platón lo solar es el brillo que manifiesta la superioridad y poder del fundamento del ser: la Idea del Bien que resplandece como un sol. En lo religioso cristiano, en el Nuevo Testamento, en Jn, 8, 12, Jesús se autodefine como “la luz del mundo”. Cristo se identifica con el astro creador de la luz. Yahveh es un dios solar, tal como lo suscribe el Salmo 19: “Yahveh, sol de justicia”.

 La posibilidad de concebir un monoteísmo solar cristiano tiene como gran precedente a Amenhotep IV, o Amenofis IV, décimo faraón de la dinastía XVIII del Imperio Nuevo de Egipto que gobernó entre 1353-1336 a.c. Personaje extraordinario que impuso al dios Atón (“todo” o “completo”), deidad solar, única divinidad del culto oficial del Estado en detrimento del hasta entonces preeminente culto de Amón.

En la mística, en el célebre corpus diosiacum del teólogo y místico bizantino el Pseudo Dioniso Areopagita, el sol brilla en el centro de una noche trascendental, es tiniebla  luminosa que oculta la verdad más profunda.

El rey como representació de la divinidad del sol, construyó una teología solar de lo político.

El rey aspira a encarnar lo solar como imagen impactante de poder, de gloriosa majestad. Los reyes solares se extienden desde el emperador Augusto, fundador del Imperio Romano, hasta Luis XIV, el soberano absoluto, el rey sol francés, en el siglo XVII. Así el prestigio de lo solar “no podía ser ignorado por gobernantes, reyes y emperadores que se apresuraron a otorgar al astro luminoso valores y significados políticos, convirtiéndole en representación favorita de ellos mismos” [11].

 En el 274 d.c el emperador romano Aureliano se enamoró también de la legitimación solar del poder imperial. Aureliano recompuso la unidad territorial del imperio mediante numerosas campañas de conquistas victoriosas. Como Restitutor Orbis, como “Restaurador del Mundo”, de la unidad imperial, rindió culto al Sol Invictus («Sol invicto» o «inconquistado»), al que le construyó un templo, e instituyó el principio de “un dios, un imperio” de gran influencia posterior en Constantino, cuyo único dios no será ya el sol pagano sino el cristiano. La teología solar alumbró también, aunque con una breve intensidad, en el reinado de Heliógabalo [12]; y el emperador Juliano el Apostata (que reinó entre el 360 y el 361dc.) también adoró a Helios como la única divinidad.

 La teología solar de lo político, junto con el simbolismo mítico-cósmico del sol, es otro de los procesos culturales que cuadra al sapiens dentro de una naturaleza divinizada o teologizada. Este efecto simbólico de lo solar se impregnó de espurias manipulaciones políticas y sacerdotales, pero, a la vez, veneró al sol como gran renovador de la vida. Sin el Astro Rey no hay fertilidad, y por tanto crecimiento y continuidad de lo vivo; no hay luminosidad como vehículo del conocimiento racional o místico de una verdad suma; sin el Astro Rey no hay iluminación que libere de la ignorancia. El fuego-sol en todos los casos proyecta al sapiens a un orden material superior de la vida, un orden divinizado, teologizado, sacralizado. El magnetismo del fuego-sol atrae la mirada hacia el vasto mundo exterior. Pero la ausencia del simbolismo solar, lo mismo que el del agua-origen, contribuyen a la disociación del humano ensimismado respeto al medio ambiente.

  Para nosotros, el sol ya no expresa nada divino. Es luz desteologizada. Es sí uno de los grandes imanes de la investigación astronómica. Entre algunos científicos conserva algo de su atracción religiosa de otrora. O atrae como mundo incandescente misterioso, fantástico y mayestático a ser explorado por una nave espacial en La doradas manzanas del sol de Ray Bradbury.

  Pero el viejo sol teologizado es sustituido por las luces artificiales que por doquier resplandecen en la ciudad nocturna. Sol disperso de muchos ojos y rayos brillantes que podemos contemplar desde los aviones en vuelo. Pero la fascinación de la gran ciudad iluminada en la noche no nos reubica en la sinfonía mayor de la naturaleza sino que, en el mejor de los casos, nos provoca una impresión de fascinación.

  El sol no es tanto ningún poder cosmológico sino aquello que impresiona nuestra subjetividad con sensaciones de placer o displacer. El impresionismo solar como efecto de agrado o molestia que nos causa su presencia, se vinculan con nuestro subjetivismo moderno por el que las cosas no son lo que son sino solo como nos impactan o impresionan. Lo solar y lo ambiental se repliegan a la experiencia subjetiva, expulsando de nuestra percepción la apreciación de la presencia en su presencia de las potencias naturales, como la del gran astro de fuego.

4. De la subjetiva luz del sol al arte, y la «esperanza solar»

Sol en el crepúsculo (Wikimediacommons)

 Dos momentos del arte pueden permitirnos pensar la luz solar aún brillante en su poder propio, o ya absorbido por el subjetivismo contemporáneo … 

    El bote navega entre tonos cobrizos, pálidamente azules, complementarios, contrastados en una atmósfera húmeda y vaporizada. Algunos barcos se esconden en el reverso de las tonalidades, algo penumbrosas. El amanecer apenas despunta. La claridad quiere regresar con el nuevo día. En el óleo sobre lienzo Impresión del sol naciente (1872), de Claude Monet, el sol gesticula como un puño rojo. No es el Astro Rey en todo su poder, enemigo de las penumbras y lo velado. Es un disco de luz remarcado y reconcentrado, no los rayos expansivos dispuestos a iluminarlo todo. El sol es un anillo rojizo en el cielo tal como impresiona la subjetividad del artista, un signo pictórico de su modo de ver. El sol ya absorbido por el subjetivismo contemporáneo.

Impresión del sol naciente, de Claude Monet.

La proto-vanguardia impresionista reemplazó la visión del paisaje en su poder propio por la sensualidad de una impresión subjetiva.

El pincel no debe expresar la fuerza de la naturaleza que desnuda y abre por sí misma, y que nos sitúa como espectadores antes que como creadores de la escena. Lo que importa ahora es el cómo se exterioriza en el lienzo ese encuentro íntimo y subjetivo con la luz solar percibida. En el sol del amanecer de Manet la objetividad solar cede a la subjetividad de una impresión de su presencia. Así el sol y su luz pueden ser muchas, miles, infinitas, según las potencialmente distintas formas de impresionar en un ojo. Pero pierde su poder de brillar con la misma intensidad sobre todos los ojos. El sol subjetivo es más una escenografía dentro de la mirada que un fuerza que nos recuerda la presencia de la naturaleza abrumadora que empequeñece toda pretensión antropocéntrica de reducir el mundo a solo nuestra impresión del mundo.

    Pero en otro meandro de la pintura moderna el arte también expresa la otra experiencia de la superioridad no solo subjetiva ( o no totalmente subjetiva) de la luz.

La luminosidad solar fluye difusa y concentrada y abraza el día, un puerto, el mar de azul espumoso, el deambular de las personas en botes, en el muelle, en escalinatas, junto a barcos, velas, proas, columnas, torres, árboles, banderas. Es la escena pictórica favorita de varios obras del pintor barroco francés Claudio de Lorena, del siglo XVII, donde sobresale la expansión de la luz solar en escenas portuarias, como en Puesta de sol en un puerto (1639); el Paisaje con el embarque en Ostia de santa Paula Romana (1639-1640, realizado por encargo del rey de España Felipe IV para decorar el Palacio del Buen Retiro, hoy en el Museo del Prado; o el Puerto con el embarque de la Reina de Saba (1648), actualmente en la  National Gallery de Londres.

En La puesto del sol se representa un puerto al anochecer. En la parte inferior del cuadro, pululan figuras de marinos y comerciantes en la playa, inmersos en sus quehaceres o conversando entre ellos. A la izquierda, otros, sentados sobre unos baúles esperan para embarcar, uno de ellos tocando el laúd. En el centro algunos de ellos, posiblemente borrachos, pelean. Algunas barcas llevan personas hacia los barcos, que se ven a la derecha. Tras los barcos se alza una torre fortificada, acaso para defender el puerto. Un palacio de estilo renacentista se yergue a la izquierda, y un segundo palacio, que en su parte inferior se asemeja a la Villa Médicis. Más allá, un faro y un barco, y un todavía vigoroso sol poniente irradia sus rayos en un camino de luz que acaricia las aguas bajo un cielo impregnado de nubes de un pálido rosado.

Puesta de sol en un puerto (1639), de Claudio Lorena.

Pero el verdadero propósito del artista es probar sus capacidades plásticas en la composición del paisaje dentro de las pinceladas del clasicismo barroco, en lo que sobresalió también Poussin. La arquitectura renacentista que exhibe el cuadro, es secundaria respecto al efecto de la luz dorada, difusa y expansiva, del sol que sume en su pequeñez a las presencias humanas y arquitectónicas. El artista no reduce en este caso el poder solar a su impresión subjetiva sino que intenta comunicar la gracia y fuerza poética de su fuerza que todo lo ilumina e impregna. No lo subjetivo de un impresionismo de lo solar, sino la recreación artística de la omnipresente fuerza en sí misma del Astro rey.

El sol que empalidece en nuestras impresiones de agradable o desagradable, conserva su poder objetivo luminoso dentro de una mentalidad práctica de inteligencia ambiental. Esto ocurre cuando el sol, ya despojado de su envergadura simbólica cósmica, de energía divina o teológica, conserva, sin embargo, su fuerza universal como uno de los recursos más eficaces (recursos tal como le place a nuestro tiempo hablar de las fuerzas naturales) para acopiar energía limpia renovable no contaminante. Calor y la luz solar que pueden aprovecharse por células fotoeléctricas, conocidas también como celda o célula solar, que transforma la energía lumínica de los fotones en electricidad y producen así energía solar fotovoltaica. Tecnologías solares activas, como la de los panel fotovoltaicos; o pasivas como la arquitectura bioclimática que recupera la preocupación, ya existente entre los antiguos griegos, romanos o chinos, para orientar correctamente los edificios para su iluminación y su ventilación en la búsqueda de ecodiseños sustentables; energía solar que ya ha emplazado el mix eléctrico en Tokelau, archipiélago del Pacifico Sur dependiente de Nueva Zelanda, en el que sus 15000 habitantes disfrutan del servicio continuo del viejo dios Sol;  energía solar que podrá mover autos como el del prototipo Solar Car Team de la Universidad de Tokai, Japón, o aviones, como el Solar impulse que ya dio varias vueltas al globo.

  En la práctica la “esperanza solar” supera el impresionismo subjetivista respecto al sol; esperanza que se evidencia en el estudio publicado en 2007 por el Consejo Mundial de Energía que prevé que para el  2100 el 70 % de la energía consumida provendrá de la ardiente pasión del sol.

  El sol es fuego, y el fuego-sol muta en la historia cultural de símbolo cosmológico o principio ordenador y creador, a radiación de los reyes solares, hacia su reducción al impresionismo de la subjetividad solar moderna, y a la esperanza práctica de un tipo de energía que, en su valor no contaminante, renovable y sustentable, vuelve a mostrarnos el camino hacia la veneración del fuego-sol.  

Citas

[1] Ver James Frazer, Los mitos del fuego, San Soleil Ediciones

[2] Diógenes Laercio, Vida de los filósofos ilustres cínicos y estoicos (traducción, introducción y notas de Néstor L. Cordero), Buenos Aires: Colihue.

[3] Cicerón, Sobre la naturaleza de los dioses, ed. Gredos.

[4] En torno a la filosofía estoica y su actualidad: Esteban Ierardo, Estoicos entre nosotros, Diario Perfil.

[5] Ver George Thomson, Los primeros presocráticos, Ediciones Siglo Veinte, capítulo XV, «El materialismo y el idealismo», pp. 347-385.

[6] Anthony A. Long, La filosofía helenística, Alianza Universidad, p.146.

[7] Ibid.

[8] Efectivamente, el estoicismo nos devuelve a una experiencia de la naturaleza desde un realismo diferente al idealismo subjetivista moderno. La mente individual no piensa desde la primacía del sujeto que todo lo entiende como proyección de la subjetividad, sino como adecuación al todo de la “Naturaleza que es fuego artístico en camino de crear”.

[9] Para este visión de los fenómenos naturales como la luz solar, sacralizados en el mundo antiguo es fundamental: Mircea Eliade, El tratado de historia de las religiones, Biblioteca Era, capítulo II, 2El sol y los cultos solares», pp. 124-145

[10] Para contribuir a que el sol continue su curso es indispesable la ayuda ritual del azteca mediante sus rito de sacrificio y el ofrecimiento del corazón del sacrificado. Sobe la cosmovisión azteca, se puede consultar, por ejemplo Laurette Séjourne, Pensamiento y religión en el antiguo México, F.C.E,

[11] Víctor Mínguez, Los reyes solares. Iconografía astral de la monarquía hispánica, Publicacions de la Universitat Jaume I, p. 29, 2001.

[12] Heliogábalo, también conocido como Elagábalo, gobernó el Imperio Romano desde 218 hasta 222 d.C. Durante su reinado, quiso imponer el culto al dios solar Elagabalus , al que consideraba como la divinidad suprema. Artaud se inspiro en su particular vision del mundo dentro del paganismo romano en su ensayo Heliogábalo o el anarquista coronado.

El sol en todo su poder entre el día y la noche

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