Por Jorge Luis Borges

El poema «Las causas», esencial para descubrir la trama invisible de las cosas desde el Borges desconocido.
En el poema Las causas primero resuena el eco del determinismo estoico. Como para los viejos filósofos de la Stoa, para Borges, cada hecho es efecto de una causa anterior, y ésta de otra, y así indefinidamente. Así, con la preponderancia de versos endecasílabos, en «Las causas » la imaginación literaria borgiana hilvana una red de cosas que actúan como causas, de modo que «se precisaron todas esas cosas/ para que nuestras manos se encontraran».
Los hechos que ocurren no son así efecto de un mero destino sino de la relación continua entre la cadena de las causas. Cada hecho que ocurre es así consecuencia de toda la historia, de todo el universo.
La cadena casual que Borges imagina en particular en su poema es solo una elección entre muchas otras conexiones causales posibles. Así, la imaginación borgiana evoca en este caso, por ejemplo, entre otras muchas referencias, el hexámetro, el verso de seis pies de la poesía antigua de Grecia y Roma, principalmente abocado a temas épicos; la Torre de Babel; los caldeos, el pueblo de la Mesopotamia asiática antigua muy versado en astrología ( los oráculos caldeos); la batalla de Farsalia, en Grecia en el año 48 a.C. en la que César venció a Pompeyo en la guerra civil romana; el Ganges, el río sagrado de la India; el repetido laberinto inspirado siempre en su modelo clásico en Creta; las manzanas de oro de la isla de las Hespérides, que consigue Hércules en una de sus aventuras o pruebas heroicas; «el infinito lienzo de Penélope», la esposa de Ulises que teje mientras espera el regreso de su esposo, el héroe homérico de la Guerra de Troya. O la célebre historia de Chuang-Tzu que dice: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu”.
Todos los hechos están ligados, y todas las cosas son las causas que permiten que, por ejemplo ahora, vuelvas a encender tu computadora.
Y en «Los conjurados» (1985), su último libro, en el poema «La trama» se dice:
«No hay una sola de esas cosas perdidas que no proyecte ahora una / larga sombra y que no determine lo que haces hoy o lo que harás mañana».
E.I
Poema «Las causas» (*)
Los ponientes y las generaciones.
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta
de Adán. El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del calidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran.
(*) Fuente; Jorge Luis Borges, poema «Las causas», Historia de la noche (1977), v. II: Obras completas, Emecé, Ciudad de Buenos Aires.
