Nussbaum y las capacidades para el desarrollo humano

Por Esteban Ierardo

La planta que crece, por sus capacidades, aun en un mundo de claroscuros (IA Bing)

La filósofa Martha Nussbaum, inspirada en ideas previas del economista Amartya Sen, piensa en las capacidades o posibilidades para un desarrollo pleno del ser humano, de modo que los derechos no sean solo «palabras en un papel».

Nussbaum es una filósofa contemporánea nacida en New York en 1947, cuya energía intelectual se concentra en las redes particulares de la filosofía política, la ética y la filosofía del derecho. Profesora de Harward, es autora de, por ejemplo, La fragilidad del bien: fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega (1986); Justicia para los animales (2023); Paisajes del pensamiento: La inteligencia de las emociones, 2008); La tradición cosmopolita (2019); o La monarquía del miedo. Una mirada filosófica a la crisis política actual (2019).

En la década de los ochenta, el premio Nobel de Economía, Amartya Sen, oriundo de la India, entendió que la pobreza no solo como hambre o carencia económica, sino también como privación de «capacidades» humanas específicas. Así bregaba por tomar distancia de una posición meramente economicista, según la que lo humano solo florece dentro de condiciones materiales favorables. Lo material es un requisito indispensable, pero también una ristra de logros «espirituales» más amplia y específicamente humanos. En esa intersección de la comprensión del ser humano, Sen inició su colaboración con Nussbaum, en pos de un enfoque desde las «capacidades», lo que se plasma en Crear capacidades: propuesta para el desarrollo humano (1). En la tensión entre criterios para diferenciar un estado como tendencia a la realización de lo humano y aquel que no lo es, se posa este ensayo sobre las capacidades humanas esenciales que «no se pregunta solamente por el bienestar total o medio, sino también por las oportunidades para cada ser humano».

Para llegar al concepto de las capacidades primero se precisa determinar «funciones», como «seres y hechos», como actividades y estados que constituyen el ser de la persona. Funciones, o «funcionamientos» como estados diversos y variables, como el estar saludable, seguro, productivo y beneficiado por un clima de paz. Entonces, ¿cómo se obra el paso de los funcionamientos a las capacidades?. ¿Qué son las capacidades?

«… Son las respuestas a la pregunta: «¿Qué es capaz de hacer y de ser esta persona?». Por decirlo de otro modo, son lo que Sen llama «libertades sustanciales», un conjunto de oportunidades (habitualmente interrelacionadas) para elegir y actuar. Según una de las definiciones del concepto típicas de Sen, «la «capacidad» de una persona hace referencia a las combinaciones alternativas de funcionamiento que le resulta factible alcanzar. La capacidad viene a ser, por lo tanto, una especie de libertad: la libertad sustantiva de alcanzar combinaciones alternativas de «funcionamientos». Dicho de otro modo, no son simples habilidades residentes en el interior de una persona, sino que incluyen también las libertades o las oportunidades creadas por la combinación entre esas facultades personales y el entorno político, social y económico. Para dejar clara la complejidad de las capacidades, yo me refiero a estas «libertades sustanciales» con el nombre de capacidades combinadas».

Las funciones, funcionamientos o estados demandan capacidades como el hacer de un individuo que presupone su libertad. ​Las capacidades como «libertad de lograr » supone no reducir el ser libre solo a factor instrumental (el mero medio para un fin), o un valor formal en sí mismo, o un sustento metafísico del libre albedrío. Por el contrario, la capacidad para elegir es el poder práctico para combinar funciones o estados que propenden a la realización del individuo. Realización que no debe replegarse únicamente a una dimensión económica o material, o de libre movilidad o seguridad, sino a un desarrollo multidimensional de la totalidad de la persona.

El camino hacia la multidimensionalidad se obtura cuando el logro humano se contrae a un criterio economicista, que solo atiende al crecimiento del PBI: «el aumento del crecimiento económico no mejora automáticamente la calidad de vida en ámbitos importantes como los de la salud y la educación». Ni tampoco el desarrollo multidimensional debe quedar entrampado en las estrategias utilitaristas.

En el siglo XVIII Jeremy Bentham piensa las bases del utilitarismo como filosofía moral. El criterio utilitarista concibe como acción deseable o adecuada aquella que produce la mayor felicidad y bienestar para el mayor número de individuos. Se debe sumar todo el placer producto de una acción, menos el sufrimiento que esa acción puede deparar a individuo. Esta primera versión de la maximización de la utilidad es complementada por John Stuart Mill en su obra El utilitarismo (1863). Lo utilitario es ponderar el principio de la mayor felicidad, en vistas al beneficio de la mayor cantidad posible de individuos. En su elaboración, el utilitarismo se derivará hacia una teoría ética, que afirma que lo correcto y lo incorrecto se determinan mejor centrándose en el resultado de las acciones y las elecciones que determinan lo correcto o lo incorrecto. Lo correcto es el bienestar de los individuos, que en términos de la economía neoclásica, elabora la utilidad como satisfacción de preferencias.

Y en este punto la lógica utilitarista no puede ocultar sus posibles resquebrajaduras. Las preferencias de hecho no son lo plenamente satisfecho, o en camino de serlo, sino las preferencias adaptativas que se amoldan a una situación de restricción de oportunidades. Cuando, por caso, no se puede ahorrar o elegir entre diversas opciones o mejores posibilidades de salud o educación, se «aprende» a preferir solo lo que está a la mano, de modo de evitar la frustración, v convivir con las limitaciones de una realidad estrecha. El alcance de la insatisfacción, que va más allá de la decepción económica, surge del no desarrollo de la diversidad de factores que dan un valor integral a la vida. Así:

«​En resumidas cuentas, el enfoque utilitarista parece interesarse por las personas, pero, en el fondo, estas no le importan tanto como la obtención de un indicador único que ignora y borra buena parte de lo que las personas hacen para buscar y encontrar valor en sus vidas».

Al auxilio para el hallazgo del valor en la vida de los individuos acude el enfoque de las capacidades (también conocido como enfoque de las posibilidades). Dicho enfoque no se comprime a la satisfacción económica inherente a un estado de bienestar, sino que también propende a la capacidad de las personas para lograr una vida en tendencia hacia la completitud. Este enfoque más amplio, a partir de las propuestas iniciales de Amartya Sen, influyó en el Índice de desarrollo humano (IDH), el indicador gestionado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que clasifica a los países en tres niveles de desarrollo humano: esperanza de vida, educación, y también los indicadores de ingreso per cápita. La salud y la esperanza de vida, la educación como aumento de posibilidades, o la satisfacción económica, bienestar solo en un sentido más inmediato, componen una red de derechos que deben trascender la condición de espectros discursivos, de meras declamaciones o palabras. Y para que los derechos sean sustancia efectiva podría suponerse que basta con la no interferencia del Estado en el campo autónomo de las acciones ciudadanas. Pero en contra de esto, para el enfoque de capacidades el Estado debe ser promotor activo de los derechos siempre en insuficiente cristalización o activación. Por eso:

«Una idea prominente en materia de derechos, muy común en la tradición política y judicial de Estados Unidos, es la que los entiende como barreras frente a la interferencia de la acción estatal: basta con que el Estado no se inmiscuya en los asuntos de sus ciudadanos y ciudadanas para que se consideren garantizados los derechos de estos y estas. El enfoque de las capacidades, por su parte, insiste en que todos los derechos entran en una acción positiva por parte del gobierno: este debe apoyar activamente las capacidades de las personas y no sólo abstenerse de ponerles obstáculos. En ausencia de acción alguna, los derechos no son más que palabras en un papel.»

Pero los derechos también necesitan de la capacidades que permiten su despuntar en la vida. Esas capacidades atañen a la vida longeva; la salud; la integridad corporal; el cultivo de la imaginación y el pensamiento; la vida emocional; la «afiliación» como el respetuoso vivir con otros; la relación con otras especies; el juego; el control del entorno en tanto participación política; o el derecho a la propiedad o el trabajo digno.

La vida longeva implica la no muerte prematura, de modo de evitar el malogro de un individuo que aún tenía luz que irradiar. La preservación de la salud es la capacidad que posibilita lo anterior, pero lo saludable es también el acceso al alimento, al refugio o la casa. La integridad corporal depende de la libre movilidad o desplazamiento, y de la seguridad que aleja de las distintas formas de la agresión callejera, sexual o doméstica; y también se refiere el goce erótico y a poder elegir las nuevas formas de la reproducción. La educación, además de agenciarse posibles habilidades profesionales, es el incentivo de la imaginación, y el pensamiento que se nutre de las posibilidades amplias de la cultura desde las humanidades a las ciencias. El pensamiento es también libertad de elección religiosa, expresividad artística y política. La vida emocional es trascender el apego a uno mismo, y adherir amorosamente a los otros seres, y evitar la degradación emocional que supone vivir bajo el miedo y la ansiedad; y la expresión de la gratitud e incluso de una ira justificada. La «afiliación» es participación en la interacción social, el no aislamiento, por tanto, la libertad de reunión; y el imaginar la situación del otro, la no discriminación en el diverso espectro de raza, sexo, orientación sexual, etnia, casta, religión, origen nacional o especie. Y esto último involucra la relación con las otras especies, el respecto y valoración no solo de animales, sino también de plantas, árboles, el mundo vegetal, y la naturaleza en general. La capacidad de juego es la espontaneidad, las acciones libres del imperativo de productividad o beneficio, la recreación lúdica como renovación. El control sobre el entorno es vida política, contribución a la vigorización del entramado institucional del gobierno republicano y democrático, libertad de expresión y asociación. Y en la dimensión material, control del entorno es derecho al acceso a la propiedad, al empleo y la gratificación que esto depara.

  La propuesta para crear capacidades choca contra los murallones de las contradicciones e impedimentos estructurales de un orden de las cosas que no tiene como centro el desarrollo humano, sino el interés de ganancia material, de control e influencia desde focos de empresas informáticas globales, y las distintas formas de concentración de capital o poder que actúan con independencia o indiferencia respecto a la totalidad ciudadana. Pero el enfoque de las capacidades no deja de ser valioso como observación de que las personas no se realizan solo por la renta y la seguridad sino por una tendencia, al menos, hacia una vida de plenitud y creatividad que involucra muchas dimensiones o posibilidades de desarrollo a la vez. Las personas no son objetos, ni anónimas cifras estadísticas, sino un fin en sí mismo, a la manera kantiana, cuyo misterioso don de la vida justifica la demanda continua de realización; lo contrario de la existencia aplastada por la manipulación, la subsistencia o la resignación.

Las políticas que nacen del enfoque de capacidades requiere de gobiernos que entiendan que el centro es el ser humano y su desarrollo y no solo el equilibrio del status quo. La teoría de las capacidades como otra arista, quizá, del deseo de lo imposible o lo improbable. Desde esta óptica, podría decirse que toda postulación de ideales humanistas en las sociedades democráticas apela al discurso teórico para no aceptar una realidad gobernada por intereses que solo buscan la reproducción del establishment constituido, o de una pasividad consumista, antes que la preocupación por capacidades humanas plenas. Quizá, precisamente por esto, la teorización sobre esta forma de humanismo es especialmente necesaria.

(1) Ver Martha Nussbaum, Crear capacidades: propuesta para el desarrollo humano [traducción de Albino Santos Mosquera]. Barcelona, Paidós, 2012. Todas las citas pertenecen a este libro.

Martha Nussbaum y Amartga Sen

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