Entre androides e inteligencia artificial (*)
Por Esteban Ierardo

La serie Black mirror es un referente fundamental en el momento de pensar los peligros del exceso de tecnología.
Muchas veces, lo ficcional rebosa en un poder de crítica alternativa y creativa de un entramado cultural contemporáneo. Martha pierde a su amado Ash en un accidente. No puede soportarlo. Acude entonces a los servicio de una empresa que le vende un androide que imita, con gran verismo, a su amor ausente. El nuevo Ash ,es exponente de la inteligencia artificial que produce una apariencia de vida y personalidad semejante a la de un muerto. Pretender reemplazar un afecto real y perdido por un remedo artificial y robótico puede ser un camino hacia la confusión y la frustración, y la no superación de una perdida. Esta es la ficción propuesta por «Ahora vuelvo» (Be right back), el primer episodio de la segunda temporada de la serie de ciencia ficción distópica Black Mirror, creada por Charlie Brooker. En torno a estas cuestiones abiertas a la reflexión compartimos el capítulo 9 de nuestro libro Sociedad pantalla. Black mirror, y la tecnodependencia, en el que la ficción es una excusa para el análisis de ciertos caminos de la inteligencia artificial y su nexo con androides cuya presencia entre los humanos, en un futuro no muy lejano, acaso sea habitual.
E.I
Martha, Ash y Black mirror.
Androides e inteligencia loshumsnod artificial.
Por Esteban Ierardo
Una pareja ve sonriente el futuro. Aparentemente, el amor fluye sin amenazas. El afecto se consolida. Pero al destino le gusta la tragedia. Uno de los enamorados, Ash, muere en un accidente. La mujer, Martha, la sobreviviente, desespera. El sufrimiento no se irá. No se marchará la soledad. La ausencia. La única escapatoria es el autoengaño: recurrir a un sustituto artificial del hombre amado que no volverá. Un androide que simule ser Ash. La mujer hace las averiguaciones necesarias. Compra la imitación. Se la envían en una caja, desarmado. Al seguir las instrucciones, las piezas sueltas arman el simulacro. Ash renace. Parece él. Es él, tiene que ser él, para la mujer desgarrada.

En Ahora vuelvo (1), se proyecta, en términos futuristas, la convivencia del humano con los androides; o más exactamente: el proceso de sustitución del humano real por una simulación robótica; simulación que nos sitúa en otro imaginario de inmortalidad. Ya no lo inmortal por lo virtual (San Junípero), sino por el androide como imitación o sustitución de lo humano, que sería inmortal, si su mantenimiento así lo permite. La perspectiva futura de la coexistencia del hombre y sus imitaciones androides. A un punto en el que, quizá, el humano no pueda en principio distinguirse de sus sustitutos robóticos. Por lo que las diferencias entre la humanidad de carne y hueso y el cuerpo artificial de un androide se borronean y desvanecen. El hombre que se identifica con sus duplicados tecnológicos; juego por el que los robots humanoides superarán y acompañarán al homo sapiens imperfecto: ahí donde el hombre es mortal, su réplica podrá ser, al menos potencialmente, inmortal; ahí donde una persona sufre por la pérdida de un ser amado, la réplica robótica de ese ser le hará creer que aún vive. ¿Pero realmente será así?
El androide de Ash une lo futurista con lo más antiguo. Su antecedente más lejano son los autómatas (2). El autómata, según definición de la Real Academia Española, es “una máquina que imita la figura y el movimiento de un ser animado”. El autómata deriva del griego automos, espontáneo, con movimiento propio; pero a nivel conceptual no se diferencia de la marioneta animatrónica (3), como sí del androide, en tanto éste tiene capacidad de adaptación a los cambios de su entorno. El autómata repite los movimientos que le son impuestos por su diseño original; el androide, en cambio, responde a situaciones cambiantes en el medio en el que actúa.
Martha necesita del androide Ash para satisfacer su carencia emocional, como algunas personas, hoy, compran, con ese mismo propósito, algún bebé reborn (4); o unas Real Dolls,

sofisticadas e hiperrealistas muñecas de silicona (destinadas seguramente a incorporar inteligencia artificial en un futuro próximo; de muñeca a robot sexual entonces, la robofilia en gestación)(5); u otros, recurren a un programa de computación para un imaginaria compañía, que evite la soledad, como en la ficción de Her (6) o un prisionero que, en un asteroide a 9 millones de millas de la Tierra, recibe la compañía de una ginoide, o fembot (7).
La relación de Martha con la réplica robótica en nada se vincula con una valoración del prodigio técnico del androide Ash en sí mismo; porque el único propósito de Martha es la manipulación emocional del hombre artificial. En su origen, los autómatas también cumplieron una finalidad manipuladora, pero devocional. A veces, su fin era despertar sensaciones religiosas útiles para legitimar un orden sacerdotal…. Por ejemplo: en el Antiguo Egipto, el fuego en los ojos de una estatua de Osiris, sus brazos mecánicos operados por sacerdotes, impresionaban a los visitantes del templo del dios. Y Herón de Alejandría, gran genio inventor de la antigüedad, escribió el primer tratado sobre la materia: Los autómatas, en el que sintetiza varios de esos ingenios automáticos. Autómatas que imitan la apariencia humana y algunas de sus acciones, desde los antiguos griegos, pasando por los musulmanes de la edad media, hasta Alberto Magno, o al primer robot humanoide de Leonardo da Vinci, en 1498 (8).
Pero un autómata no es un androide. Un androide es un robot antropomorfo que, además de su apariencia humanoide, reproduce conductas humanas de forma autónoma. El androide Ash imita respuestas y comportamientos humanos a través de una inteligencia artificial, alimentada por los datos que el Ash real sembró en las redes sociales, a las que era adicto. El procesador central, o “cerebro” del Ash artificial combina los datos huellas que el Ash verdadero dejó como trazos de información imborrable en la web (9).

Pero en este proceso, hay algo que quizá no debe engañarnos: el androide con el aspecto de Ash no es lo esencial; lo importante no es la primera simulación, la del cuerpo del Ash muerto, sino la segunda emulación: la de su personalidad, su identidad. La imitación de esta identidad es por la información administrada “inteligentemente” por un programa. En este punto, Martha duda de la calidad de esa segunda simulación, cuando lleva al Ash artificial hasta el borde de un barranco y le ordena que se tire. El androide se apresta a cumplir la orden. Pero el Ash real no hubiera cumplido pasivamente con esa exigencia. Es decir, la ficción introduce las dudas respeto a la calidad de la segunda simulación, y de la inteligencia artificial que le es propia. Por lo que la centralidad del androide en Ahora vuelvo nos condujo, antes, al antecedente del autómata; y, ahora, debe orientarnos hacia la temática de la inteligencia artificial y su incapacidad, al menos actual, para lograr una réplica satisfactoria de la personalidad inteligente de un humano real. ¿El Ash androide es realmente “inteligente”? ¿Comprende lo que dice o se le pide hacer? ¿Entiende la diferencia entre tirarse por el desfiladero, como le pide Martha, o quedarse sentando en él, contemplando el mar? ¿Pero puede entender o experimentar algo como “contemplar el mar”?
Roger Penrose, conocido físico-matemático inglés; propone que los objetivos de la inteligencia artificial, IA, “son imitar por medio de máquinas, normalmente electrónicas, tantas actividades mentales como sea posible, y quizá llegar a mejorar las capacidades humanas en estos aspectos”(10). Pero la cuestión básica y fundamental es “si las computadoras pueden mostrar (o imitar) auténtica inteligencia” (11).
En la ficción de Black mirror, Ash es una inteligencia artificial destinada a satisfacer las necesidades de su compradora, Martha. El androide Ash está despojado de la mitología de la rebelión de las máquinas inteligentes respecto a su creador. El caso arquetípico del Frankestein, imaginado por Mary Schelley, que luego de saberse criatura anómala decide matar a su creador, Víctor Frankestein. El síndrome del androide en rebelión convoca también el recuerdo de la saga de Terminator, con sus robots humanoides del futuro que esclavizan a los humanos: o como Ex machina, de Alex Garland, en la que también el androide terminará por rebelarse mediante el engaño y manipulación de su creador humano (12). La disrupción rebelde puede extenderse, incluso, hasta la inteligencia artificial misma, como la del ordenador Hal 900 (13). Por el contrario, el androide Ash representa la domesticidad del robot respecto a su creador. Nunca rompe su obediencia, aun cuando Martha lo relega a un ático, mientras continúa con su vida. Martha se convierte en madre, y asume la responsabilidad de educar a una hija. Y los niños gustan de los juguetes. ¿Qué mejor, entonces, que un juguete androide dentro de la casa?
El Ash androide todavía está subordinado al ser humano, a satisfacer sus carencias y expectativas. ¿Pero si en el futuro el hombre se hace inútil respecto al androide? ¿El hombre como una “pasión inútil” frente a la inteligencia artificial futura? ¿La evolución del hombre por su reemplazo por los robots antropomorfos inteligentes? Claro, estamos muy lejos de esa especulativa superioridad intelectual de los androides futuros. Pero si llegará el momento en el que el robot antropomorfo superara en inteligencia a su creador, estaríamos “condenados a pasarla mirando estúpidamente a nuestra ultrainteligente progenie (los androides), mientras ellos intentan explicarnos sus cada vez más espectaculares descubrimientos en un lenguaje de niños que nosotros podamos entender” (14). Ya no el Ash androide un tanto ingenuo o naif ante Martha, sino generaciones futuras de androides que representarían la superioridad de las máquinas inteligentes, tras el salto de la singularidad tecnológica. Esa singularidad, como paradigma de gran cambio futuro, que ya hemos comentado (15). En esta frecuencia, Kurzweil “predijo que en 2019 un ordenador personal de 1.000 dólares tendría tanto poder como un cerebro humano. En 2029, un ordenador personal de 1.000 dólares será 1.000 veces más potente que el cerebro humano. En 2045, un ordenador de 1.000 dólares será mil millones de veces más inteligente que cualquier combinación de seres humanos. Incluso los ordenadores más pequeños superarán la capacidad de toda la especie humana. Después de 2045, los ordenadores estarán tan adelantados que harán copias de sí mismos, unas copias que no dejaran de aumentar su inteligencia, creando una singularidad incontrolable. Para satisfacer su voraz e insaciable apetito de potencia informativa, empezarán a devorar nuestro planeta, asteroides y estrellas, e incluso llegarán a afectar la historia cosmológica del propio universo”(16).Es decir, los que están en la vanguardia tecnológica imaginan un Ash androide del futuro que podría estar dotado de una inteligencia artificial tan poderosa capaz de intervenir en la estructura del universo para modificarla, en la línea de las especulaciones de La física de la inmortalidad de Frank Tipler, por ejemplo(17). Es decir, el Ash del futuro, muchos más allá de la ficción de Black mirror, no podría conformarse con ser el sumiso e inofensivo acompañante de una mujer quebrada y solitaria. A su vez, la inteligencia artificial del Ash del futuro lejano no solo superaría la inteligencia del cerebro humano, sino que también manifestaría la capacidad de auto-mejora recursiva, es decir: la capacidad de copiarse a sí mismo, pero en nuevas y mejores versiones siempre más inteligentes que el hombre.

Tras el humano artificial que imagina Black mirror, se agazapa, entonces, el futuro de los androides que simularán, cada vez mejor, ser humanos. Máquinas inteligentes o espirituales (según la expresión de Kurzweil) que no solo serán plenamente autónomas, sino que también crearán otros tipos de máquinas. Generaciones futuras de máquinas androides con inteligencia artificial autónoma y auto-recursiva, quizá opten por no repetir la imitación de la forma humana; sino por diseñar otras formas de expresión, seres robóticos no antropomorfos, objetos multi-dimensionales fuera de la geometría euclidiana.
¿Pero todo esto sería realmente posible? ¿Pasar del androide Ash obediente y manipulado por el humano, hacia un Ash androide capaz de prescindir del hombre y crear sus propias creaturas inteligentes?
Estas proyecciones futuristas, claro, van mucho más allá del androide Ash juguete de Martha; y, aún, pertenecen más al terreno de la ciencia ficción que al de la ciencia estricta. Y, justamente por esto, es inevitable dudar sobre las promesas de la IA. Entonces, podríamos volver a la pregunta sobre si la tecnología futura podrá imitar y superar, realmente, a la inteligencia humana. Entonces volvamos a ver al Ash androide de Black mirror, acerquémonos y preguntémonos nuevamente: el Ash del futuro, ¿llegará a comprender el significado de lo que dice o hace? Para el propio Penrose, el límite del desarrollo de la inteligencia artificial será que un ordenador podrá ser programado para una mejor simulación de lo humano; será optimizado para mejores prestaciones operacionales (para hacer mejor esto u lo otro), pero, seguramente, no comprenderá la dimensión semántica del lenguaje. El significado de los conceptos. Los significados que generan el pensamiento filosófico, la poesía, el análisis crítico de textos, trascienden la programación para hacer algo. Depp blue y otras máquinas que juegan al ajedrez, por ejemplo, pueden ganarle ya a maestros de este arte, pero sin que esto suponga que puedan pensar o comprender los procesos intelectuales involucrados en el diseño de una estrategia de juego. Puede hacer una jugada, pero sin comprender el significado estratégico de ésta dentro del juego.
Pero, los defensores de la IA, siempre alegan el test de Turing para mostrar la condición “humana” posible de la inteligencia artificial. Alan Turing es el genio matemático inglés vinculado con el desciframiento de la máquina Enigma alemana en la Segunda Guerra Mundial; una máquina para encriptar mensajes. En 1950, mientras Turing trabajaba en la Universidad de Manchester, escribe el ensayo Computing Machinery and Intelligence, en el que se formula la pregunta: “¿pueden pensar las máquinas?” Por la dificultad de determinar con exactitud qué es pensar, Turing reduce la imprecisión preguntándose: “¿Existirán computadoras digitales imaginables que tengan un buen desempeño en el juego de imitación?”. El pionero de la informática moderna postula entonces si habrá alguna manera de comprobar la habilidad de una computadora para imitar las respuestas que un humano daría ante ciertas preguntas. Un evaluador podría sostener una conversación con dos interlocutores: uno humano y otro un computador; solo mediante un teclado de computadora y un monitor, eludiéndose así la generación de voz. Si en el intercambio de preguntas y respuestas el evaluador no logra determinar la diferencia entre el interlocutor humano y la computadora, la imitación será exitosa. La máquina habría pasado la prueba o test de turing; habría alcanzado una imitación alta u óptima de la inteligencia humana. Superar este test por un ordenador sería la demostración de que la inteligencia artificial podría simular la inteligencia humana. La formulación del experimento propuesto por Alan Turing no puede disociarse de multitud de objeciones, o indicaciones de puntos ciegos. La prueba no aclara, por ejemplo, si el evaluador sabe o no de antemano si uno de los interlocutores es una máquina; o si el ordenador conoce su capacidad para responder con corrección; es decir, si piensa o es consciente; o si solo se ciñe a reproducir respuestas semejantes a las que un humano podría dar. Turing sabe que dar las respuestas correctas no supone la disolución del “misterio de la conciencia”; solo se concentra en la capacidad de la imitación o simulación de un comportamiento inteligente por un ordenador; sabe que no puede explicar la naturaleza de la conciencia, más allá de la información previamente ingresada en un programa, para contestar esto o lo otro.
Pero para pensadores como Roger Penrose, la superación del test de Turing no es suficiente para demostrar la comprensión semántica, es decir para demostrar que una máquina pueda comprender el significado de sus respuestas ante una pregunta; o que el Ash androide entienda la diferencia entre tirarse al vacío (como le pide Martha) o contemplar el mar. En el terreno de la filosofía de la mente, como contraejemplo a la prueba de Turing, se suele invocar el experimento de John Searle, denominado “la habitación china”. Una máquina supuestamente entiende el chino; eso no significa que comprenda los diversos y finos significados de los términos del mandarín (18).

La problematización de la IA entonces es necesaria dado que “durante décadas los defensores de la IA (inteligencia artificial) fuerte, han intentado convencernos de que solo es cuestión de uno o dos siglos (algunos rebajan ese tiempo a cincuenta años) para que los computadores electrónicos harán todo lo que una mente humana puede hacer. Estimulados por la ciencia ficción que leyeron en su juventud, y convencidos de que nuestras mentes son simplemente computadores hecho de carne (como Marvin Minsky, dijo en cierta ocasión), dan por supuesto que el placer y el dolor, la estimación de la belleza y el humor, la conciencia y el libre albedrio son capacidades que emergerán de modo natural cuando el comportamiento algorítmico de los robots electrónicos llegue a ser suficientemente complejo. Algunos filósofos de la ciencia (en particular John Searle, cuyo famoso experimento mental de la habitación china discute Penrose en profundidad) están en abierto desacuerdo. Para ellos un computador no es esencialmente diferente de los calculadores mecánicos que funcionan con ruedas, palancas o cualquier otro mecanismo que transmita señales (…) ¿Pero “comprende” un computador electrónico lo que está haciendo en una medida superior a la comprensión de un ábaco?”(19).
A pesar del escepticismo de algunos críticos, los amantes de la IA fuerte(20) no se amilanan. Le dan realidad futura al Ash androide de Black mirror, pero en versiones muchos más “inteligentes” como ya advertimos. En la evolución tecnológica real siguen las dudas; pero en la ciencia ficción no hay límites para imaginar androides más inteligentes que Ash, o que se rebelan frente a sus creadores. Blad runner, por ejemplo, es testimonio de la visión futurista de androides que luchan por ser más humanos que los humanos. Blad runner, la película neo-noir, inspirada libremente en la novela de Philip Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, con la que tiene diferencias. Los hechos ocurren en un ambiente distópico en Los Ángeles, en 2019. La ingeniería genética produce humanos artificiales: los replicantes, que son empleados en labores riesgosas, y como esclavos en “colonias exteriores” a la Tierra. Los replicantes son fabricados por Tyrell corporation. Sus modelos Nexus 6 no pueden diferenciarse, al menos en apariencia, de los humanos; aunque tienen más fuerza y agilidad en sus movimientos. Buenas copias antropoides, pero su deficiencia en la imitación de los humanos es su baja empatía y emocionalidad. Los replicantes esclavizados se sublevan en Marte. Por eso son ilegales en la Tierra. Los Blade runner, un cuerpo especial de policía, debe rastrear y matar, “retirar”, a los replicantes que desafían a la autoridad. Rick Deckard (Harrison Ford) es experto en capturar a los androides sediciosos. Los replicantes parecen desarrollar sentimientos. En la novela, no pueden pasar el test Volght-Kampt (21). Pero los replicantes de Ridlye Scott son capaces de experimentar algo parecido a los sentimientos; lo que, paradójicamente, los diferencia de Deckard, deshumanizado e indiferente a cualquier pasión desinteresada, en tanto todo lo hace por dinero, y para cumplir las órdenes. Su relación con la replicante nexus 6 Rachel le devolverá a cierto recuerdo del amor. Y su humanización paradójica, por la interacción con los androides, se repite con el impacto que le provoca la sensibilidad que, en su instante final, muestra el replicante Roy Batty (Rutger Hauer). Antes de morir, Roy, en un parlamento célebre, dice:
“He visto cosas que ustedes nunca hubieran podido imaginar; naves de combate en llamas en el hombro de Orión. He visto relámpagos resplandeciendo en la oscuridad cerca de la entrada de Tannhauser. Todos esos momentos se perderán… en el tiempo… igual que lágrimas… en la lluvia. Llegó la hora de morir.”
El replicante se humaniza por el asombro ante el mundo, por su sensorialidad robótica fundida con los entornos; por la inesperada percepción estética de “las lágrimas en la lluvia”. Acceso del androide a una sensibilidad humana que, todavía, no trasciende la licencia poética de la ciencia ficción. El replicante puede fascinar a algunos, o su aura puede irradiar algo siniestro. Lo siniestro, lo inquietante, en términos freudianos, lo siniestro como la umheimlich, es todo lo destinado a permanecer oculto, secreto, pero que sale a luz, se manifiesta o exterioriza en lo cotidiano. Y ese proceso Freud lo encuentra ejemplificado en la autómata Olimpia, creatura artificial que anima el relato El hombre de arena (Der Sandmann, 1817), de E.T.A. Hoffmann. Olimpia materializa lo siniestro o inquietante que dimanan androides o muñecos, autómatas o replicantes, que parecen imbuidos de vida propia. La apariencia de humanidad viva de los creaturas artificiales inquieta, perturba. Introduce lo siniestro en la cotidianeidad. La amenaza (siniestra) de que Ash androide pueda finalmente reemplazar al Ash real. Algo que no ocurre en Ahora vuelvo, porque el robot antropoide queda rezagado al ático, a un margen oculto de la casa, que es como decir: que el androide, expresión de lo inquietante, debe ser recluido, aislado, para alejar y contener lo siniestro de su presencia. Al final, Martha solo lo tolera como apéndice, sombra, desecho inquietante del hombre real, muerto en un accidente. La muerte irreversible que la simulación del Ash androide no puede revertir. Final del autoengaño: el Ash, el de la réplica biotecnológica no es el Ash real, único, irreemplazable. Diferencia todavía entre el humano y su duplicado artificial.

Pero, en la ficción literaria, hay lugar para concebir un robot antropoide de muy distinto efecto. El androide que en lugar de generar el efecto inquietante (Ash duplicado, los replicantes) restablece una afectividad perdida. Como en El canto al cuerpo eléctrico, de Ray Bradbury(22). Pero el robot androide podría escapar de su aura inquietante (cuyo punto extremo, a no olvidarlo, es el robot humanoide destructor del humano, como la estirpe de Terminator); si éste es creado bajo ciertas leyes que impedirían su sublevación ante el humano. Tal como lo postulan las leyes de la robótica de Isaac Asimov (23). El autor de la trilogía Fundación, imagina también al robot que busca el reconocimiento de su condición humana, como en El hombre del bicentenario (24). Aquí, el robot androide no quiere ser diferenciado del humano, como tampoco el meca David, de A. I. Inteligencia Artificial, de Steven Spilberg( 25).
¿Y qué pasará cuando no interese diferenciar ya al humano de su réplica androide? ¿Qué pasará cuando Martha realmente crea que el androide Ash es Ash? ¿Creer en algo no lo hace real? ¿O por más que Roy quiere creer que es humano nunca trascenderá su condición de organismo sintético de inteligencia artificial? ¿O tendríamos que imaginar que en un futuro muy remoto, la única manera de que Roy no recuerde que es un androide y no un humano, sería acabar con todos los humanos de modo que ninguno de ellos le recuerde su realidad artificial?
El Ash androide de la serie nos abrió a muchos caminos futuros, pero sin que podamos abandonar la seducción de la ciencia ficción. Roy podría encontrarse con el Ash duplicado para relatarle la historia extraordinaria de los humanos que se fugan a un planeta muy lejano, porque quieren escapar de un hecho. El hecho, doloroso e irreversible, de que llegará el día en que cualquier androide obsoleto será muchos más inteligente que el humano más inteligente; o que un replicante será capaz de sentir eso que ya los humanos no sienten: esos momentos que se perderán en el tiempo, igual que lágrimas en la lluvia.
(*) Fuente: Esteban Ierardo, «Ash y Roy, más allá de Orión. Androides e inteligencia artificial», en Sociedad pantalla. Black mirror y la tecnodependencia, Ciudad de Buenos Aires, Ediciones Continente
Citas
(1) Ahora vuelvo (Be Right Back), primer episodio de la segunda temporada de Black mirror, conguión de Charlie Brooker y dirección de Owen Harris, emitido el 11 de febrero de 2013.
(2) Sobre el autómata como hombre-máquina, o sobre un análisis cultural del hombre artificial en general ver: Jesús Alonso Burgos, Teoría e historia del hombre artificial. De autómatas, cyborgs, clones y otras criaturas, ed. Akal. Sobre los autómatas en particular el capítulo “Triquiñuelas del historicismo: el malicioso enano teológico”.
(3) El autómata no se diferencia esencialmente de la simple marioneta animatrónica. La animatrónica es la simulación de seres vivos mediante marionetas u otros muñecos mecánicos. Son controlados remotamente. En su diseño intervienen la mecánica y la electrónica, Sus principales usos son el cine y los efectos especiales, o en los parques temáticos de Disney. Los materiales más empleados en su construcción son silicona, acrílico y resina de nailon.
(4) Una muñeca reborn es la que imita, con realismo extremo, la figura de un bebé. Con un reborn y con el olvido, o el auto-engaño, una madre podrá revivir a un bebé muerto o ausente. Un artificio para llenar el vacío, como el androide de Martha. Los reborns nacieron en la Segunda Guerra Mundial cuando, atrapadas por la escasez y la destrucción, las madres alemanas aprendieron a rehacer las muñecas viejas para que parecieran nuevas, y para mejor consolar a sus hijas durante el infortunio de la guerra. En la última década del siglo XXI, la idea original cuajó en muñecas hiperrealistas, de vinilo y silicona. Bebés artificiales para comprar, como el androide que Martha compra para escapar de su pérdida.
(5)Ver https://www.vanityfair.com/culture/2015/04/sexbots-realdoll-sex-toys; también el film Lars y la chica realen el que Ryan Gosling se enamora de una de real dolls; o sobre la robofilia como pauta cultural en formación: David Levy, Love and sex with robots. The Evolution of Human-Robot Relationships, Harper/HarperCollins. Publishers.
( 6 )Her es una película, con guion y dirección de Spike Jonze, Oscar 2014 al mejor guion original, en la que un hombre se enamora de un sistema operativo informático.
(7) La ficción de un capítulo de The Twilight zone, The Lonley, con guión de Rod Serling, de 1959. La ginoide o fembot es el androide con apariencia femenina.
(8) En esta línea, es recomendable la obra de Alfredo Aracil, Juego y artificio, ed. Cátedra.
(9) Lo cual tendría un punto de contacto con la imitación de una personalidad muerta, por un androide, no por un avatar en este caso, como sugerimos en capítulo sobre San Junípero y la inmortalidad digital.
(10) Roger Penrose, La nueva mente del emperador, Mondadori, p. 33.
(11) Ibid.
(12) Ex Machina, película de ciencia ficción británica de 2015, escrita y dirigida por Alex Garland, protagonizada por Domhnall Gleeson(el actor que justamente encarna a Ash en Ahora vuelvo). Caleb, un programador de la empresa Bluebook, es convocado por Nathan, el Presidente de la compañía para la que trabaja, a fin de realizar la prueba e Turing a un androide con inteligencia artificial. Todo lo que parece ser no será, y el androide (o más exactamente la ginoide, Ava) usa su inteligencia artificial para imitar con gran eficacia una actitud humana, muy humana: la manipulación y el engaño.
(13) Es lo que ocurre con Hal, la computadora central a bordo de la nave espacial Discovery, en 2001. Odisea en el espacio, la célebre novela de Arthur Clarke, llevada al cine por Stanley Kubrick. El ordenador desobedece las órdenes de los astronautas.
(14) Hans Moravec, citado en Micho Kaku, en La física del futuro, cómo la ciencia determinará el destino de la humanidad y nuestra vida cotidiana en el siglo XXI, ed. Debate, pp.149-150.
(15) Ver cita 57.
(16) Micho Kaku, ibid., p.152. Además, una inteligencia artificial capaz de ingresar a la estructura profunda de la materia y los procesos naturales para cambiarlos, hace recordar las visiones futurista de Trascendence, film de ciencia ficción ya comentado con Johnny Depp,
(17) Frank Jennings Tipler es un escritor y profesor de física matemática estadounidense de la Universidad Tulana en Nueva Orleans. En su obra La física de la inmortalidad: la cosmología moderna y su relación con Dios y la resurrección de los muertos Alianza Editorial, Tipler argumenta que la evolución futura de las especies inteligentes derivará en una inteligencia artificial tan todopoderosa, por su velocidad de procesamiento y almacenamiento informático, que podrá crear una nueva realidad; una realidad virtual de modo de recuperar, vía simulaciones informáticas, toda forma de vida inteligente que haya existido, alguna vez, en el universo. De vuelta la ciencia que parece devenir ciencia ficción. ¿Pero quién podría negar que cualquier cosa imaginable hoy no se convertirá en algún tipo de realidad dentro de miles o millones de años?
(18) La habitación china es un experimento mental popularizado por Roger Penrose, pero propuesto originalmente por John Searle, por el que se pretende rebatir la validez del Test de Turing y, por ende, la creencia de que una máquina pueda pensar. En el experimento se construye una máquina que, supuestamente, entiende el idioma chino. La computadora parece superar fácilmente la Prueba de Turing, ya que convence a un chino de que entiende su idioma. Pero se podría imaginar que dentro de la computadora, aislado del exterior, está el propio Searle que, por el dispositivo de una ranura para hojas de papel puede hacer entrar y salir textos escritos en chino. Searle no sabe ni una sola palabra de chino, pero tiene manuales y diccionarios que le señalan las traducciones pertinentes, “si entran tal y tal caracteres, escribe tal y tal otros”. Así, Searle sería capaz de responder a cualquier texto en chino que ingrese por la ranura, dado que tiene el manual con las reglas de traducción del idioma, y de esta manera podría hacerle creer a un observador externo que sí entiende chino, aunque no sea así. Una forma de fingir la superación del test de Turing. Este experimento tiene, a su vez, sus propias objeciones y controversias.
(19)Citado en prefacio de Martin Gardener para Roger Penrose, La nueva mente del emperador, Mondadori, pp. 11-12.
(20)La IA fuerte pretende avanzar hacia la simulación electrónica de la inteligencia o capacidad cerebral humana, mientras que la inteligencia artificial se limita a una tarea estrecha o específica; es aplicable a un tipo específico de problemas, como el ajedrez de computadora, y como el reconocimiento de voz convierte en texto con más precisión; o el uso que Google hace de la IA para subtitular vídeos en YouTube.
(21) La prueba o test Voight-Kampff, también llamado “test de empatía”, es un examen científico-psicológico ficticio propuesto por la novela de ciencia ficción de Philip K.Dick, ? ¿Sueños los androides con ovejas eléctricas?, y en su adaptación cinematográfica Blade Runner. La prueba determina si alguien es un humano o un replicante (androide). La máquina registra los cambios en el ritmo cardíaco, la respiración, el rubor. Las respuestas del test liberan una respuesta emocional si el sujeto es un humano. La falta de empatía identifica a los replicantes.
(22)Ver Ray Bradbury, “El canto al cuerpo eléctrico”, en Fantasmas de lo nuevo, ed. Minotauro.

(23) Las tres leyes de la robótica, o las leyes de la robótica de Isaac Asimov, son las normas de conducta para los robot que Asimov fijó en el relato “Círculo vicioso” (Runaround,1942), y que disponen: 1) Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño; 2) Un robot debe hacer o realizar las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley; 3) Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley. Y todo esto se resume una “ley cero” que determina que “Un robot no hará daño a la Humanidad o, por inacción, permitir que la Humanidad sufra daño”. Del androide Ash no puede esperarse la infracción de ninguna de estas leyes.
(24) En 1976, en el contexto del segundo centenario de la independencia de Estados Unidos, se propuso a varios autores la escritura de un relato corto sobre The Bicentennial Man. Asimov desechó elaborar un ensayo, y escribió sobre un robot que, gradualmente, se mimetiza con el mundo de los hombres, por lo que se impone luchar para ser reconocido como humano. Mímesis con el hombre entonces, y no rebelión.

(25 )El meca David es un androide-niño que busca ser querido por su “madre” humana. Y cuya aventura por “convertirse en humano” es el centro de A. I. Inteligencia Artificial, 2001, escrita y dirigida por Steven Spilberg, se inspira en el relato de ciencia ficción. Los superjuguetes duran todo el verano de Brian Aldiss, y, a su vez, asimila ecos de Las aventuras Pinocho. En un principio, la ficción iba a ser dirigida por Kubrick, pero por muchos avatares, solo pudo filmarse luego de su muerte, y a través del director de El imperio del sol.
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