Spinoza y la realidad mayor (ensayo)

Por Esteban Ierardo


Pintura de Samuel Hirszenberg (1907), representando el libre pensamiento de Spinoza frente a la intolerancia dogmática.

Aquí presentamos un ensayo sobre el gran Baruch Spinoza. La larga sinfonía de su pensamiento alcanza su clímax en la sabiduría del amor a Dios o la sustancia infinita. Aquí nos aventuramos a repensar a Spinoza como exponente de una filosofía realista, en la que el sujeto racional se abre a una realidad mayor, sin caer en la ilusión del «gran sujeto» antropocéntrico que se pretende centro constructor de la única realidad significativa. Como de costumbre, el ensayo está dividido en partes, para facilitar su lenta y gradual lectura.

1. HACIA EL PENSAMIENTO DE LA GRAN REALIDAD

 Las lecturas sobre Spinoza son inagotables. En este ensayo nos concentraremos principalmente en la relación entre el sujeto racional y lo que el pensador judeo-holandés estima como la realidad máxima, Dios o la sustancia infinita. A través de distintas formas de conocimiento, Spinoza busca depurar y elevar la razón entre lo particular y lo universal para entender la realidad en su eternidad, necesidad y perfección. Esa realidad trasciende al sujeto racional que refleja y piensa la expresión de la sustancia infinita. Como un momento superlativo en el devenir filosófico de los realismos, Spinoza puede ser leído en el siglo XXI como propuesta para superar la múltiple progenie de los subjetivismos que reducen lo real a una construcción subjetiva. El modelo geométrico de su pensar le permite acercarse con rigor deductivo a la realidad, que entiende como eterna, y que preexiste a la subjetividad racional humana.

 Spinoza nos anima a recuperar la gran realidad más allá de la mediación del sujeto. La gran realidad: Dios o la sustancia infinita, el universo, la naturaleza, lo real que trasciende nuestra finitud.

Nuestra búsqueda de esa lectura del «efecto Spinoza» en este tiempo de la ultra-modernidad hiper-tecnológica, no busca otro paper académico sino un arriesgado pensar narrativo desde y junto al pensador que se ganó la vida puliendo cristales. Nos enfocaremos primero en la realidad mayor para el pensador judeo-holandés, y luego su modo de cuestionar los excesos del sujeto, la pretensión antropocéntrica de que la naturaleza tiene como fin satisfacer las necesidades humanas, o la creencia de que un Dios personal usa terremotos y cataclismos para castigar al sapiens, como si siempre la realidad estuviera condicionada por las demandas del sujeto. Así llegaremos, al final, a la reflexión sobre el pensar de Spinoza en su diferencia con el subjetivismo filosófico propio de la modernidad y la posmodernidad.

La filosofía es narración. Por eso, nuestra combinación de lo conceptual con la actitud narrativa. Y las ideas siempre manan de un tiempo precedente. Por eso nuestro desarrollo parte del horizonte histórico en el que arde el drama del libre pensar del filósofo que fue excomulgado y maldecido.

2. DE ESPAÑA A LA CIUDAD DE LOS MUCHOS CANALES

  Sé, Baruch, que estás en la casa en la que alquilas una habitación. Afuera, asoma una nevada. El pensamiento no brota de la nada, surge de la corriente de un tiempo ya transcurrido. Es así que…

La nave de las velas atraviesa parte del Atlántico. El navío atraca en Rotterdam. Quizá llueve, o tal vez el sol todo lo pinta de luz. El abuelo de un futuro filósofo sabe que solo en tierra holandesa su descendencia podrá adorar a su Dios, lejos de todos los demonios de la persecución.

Spinoza nace en Ámsterdam, en 1632. Deja este mundo en 1672. Nace en el mismo año de Locke, y el de la publicación de la obra cumbre de Galileo: Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo. Un año después, Galileo es condenado por la Iglesia. Jansenio, en 1640, da a luz su Augustinus; año también de la muerte de Rubens y Van Dick. En 1651, Hobbes completa su Leviathán, y Pascal sus Pensamientos.

Según Salvador de Madariaga, la familia de Spinoza es oriunda de Espinosa de los Monteros, localidad española en el norte de la provincia de Burgos, hoy comunidad autónoma de Castilla y León. Después del fin de la Reconquista en España, los Reyes Católicos decretan la expulsión de los judíos, el 31 de marzo de 1492. No son pioneros en esta medida de repudiable antisemitismo. Eduardo I, rey de Inglaterra, en 1290, es el primero en promulgar la expulsión de los hijos del pueblo de Moisés. Luego de la expulsión, los judíos españoles buscan refugio en Portugal. Su rey, Manuel I el afortunado, casado con Isabel de Aragón, hija de los Reyes Católicos, obliga a los judíos de posiciones preeminentes a bautizarse. Así consiguen algo de paz hasta que unas décadas más tarde irrumpe la Inquisición. Esa policía católica de la fe persigue con saña a los llamados marranos, a los judeoconversos que en secreto practican un cripto-judaísmo fiel a sus antiguas costumbres.

 Entonces, el abuelo de Spinoza, recién llegado, en Rotterdam, baja del barco que lo trajo de Nantes, la ciudad francesa de la que también fueron expulsados. En el resto de Europa se combate y mata por discrepancias religiosas. Son los años de la Guerra de los Treinta años (1618-1648). Pero en Holanda reina la libertad de cultos. En el siglo XVII, antes de la supremacía marítima de los ingleses, los holandeses dominan los mares. Llegan a Japón, África, la India. Se liberan de la bota española de los Habsburgos luego del fin de la Guerra de Independencia, en 1580.

Por la navegación y el comercio construyen un imperio. Brillan como la gran potencia económica europea. Viven un siglo de oro. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales es la primera multinacional de la historia. Luego de derrotar a los ingleses en la segunda guerra Anglo-Holandesa (1665-1667), Holanda domina el mercado mundial. Es la nación más rica del planeta. Pero su prosperidad no puede estar libre del aguijón de algún conflicto. Los monárquicos de la casa Orange-Nassau confrontan con los republicanos, dirigidos por Johan de Witt. De mentalidad republicana y federal, en 1653 Johan de Witt es Gran pensionario (Raadpensionaris), una suerte de primer ministro. De Witt será finalmente asesinado quizá por las intrigas de los pro-Orange (1)

La tolerancia holandesa es solo una exigencia del libre comercio. Spinoza se indigna. Si contradice los intereses profundos del statuo quo, su suerte también puede ser una puñalada final.

  Desde muy joven, Spinoza comprende que su destino es pensar por cuenta propia. No repetir la tradición con la cabeza inclinada en gesto de disciplinada sumisión.

Al principio, se dedica a la actividad familiar del comercio. Por respecto a su progenitor disimula su incredulidad. Se presume que en su actitud moderna, de libre pensador, recelosa de todo dogmatismo, es muy gravitante la influencia de Franciscus van den Enden, filósofo, político, médico, poeta neolatino, que rebosa republicanismo y panteísmo, que crea una academia de lengua latina en Singel, en la que Spinoza es uno de sus alumnos.  

   A la heterodoxia espinosista acaso contribuye también un grupo de holandeses de origen hispano como él, con los que comparte animadas tertulias. Entre ellos respira Juan del Prado, médico de origen andaluz.

 Pero quizá el caso de Uriel da Costa es el que lo impresiona más vivamente. Filósofo escéptico portugués de origen judeo-sefardí. Se convierte al catolicismo. Enseña en la universidad portuguesa de Coimbra. Al profundizar en las enseñanzas católicas descubre sus inconsistencias. Vuelve a su judaísmo originario practicado en secreto. Al temer por él y los suyos marcha a Holanda.

En Ámsterdam adopta el nombre de Uriel.

En la religión judía también entreve sus inconsistencias. De nuevo, toma distancia. Pero luego de muchos traslados, persecuciones y expulsiones, agotado, Da Costa abjura de su incredulidad. Al menos en apariencia. Quiere ser aceptado nuevamente en la comunidad judía. Necesita curarse de la marginación. Se acoge así a una declaración de arrepentimiento redactada por los rabinos. Pero no se libera del flagelo de los latigazos; no puede impedir que los miembros de la sinagoga pasen sobre su cuerpo tendido y doliente. Es el «protocolo» de perdón y reconciliación. Unos pocos días después de estos sucesos, concluye su biografía. Su cara sangra soledad y lágrimas. Es momento de poner fin a la desdicha. Se dispara un tiro en 1640.

 Con fundamento, se conjetura que el castigo a Da Costa por su pensar independiente convence a Spinoza de evitar ese destino, aunque en su obra no hay ninguna mención a la vida y obra del sefardí portugués disidente. 

   Sea como sea, cuando muere su padre, Spinoza rompe sus cadenas. No teme asumir su fragilidad al borde de los precipicios. Su heterodoxia retumba en los oídos de la Sinagoga, por lo que el 27 de julio de 1656 se le impone una orden cherem, de expulsión y ostracismo (2).

A partir de entonces, la soledad le muerde con fuerza.

Mira a través de una ventana. Nubes grises se arremolinan en una lluviosa neblina. Ve cristales y persecuciones. Y hay que trabajar. Proveerse de cama y alimento. Pule finos lentes para la astronomía. Su fuente de subsistencia. Christiaan Huyguens, el descubridor de los anillos de Saturno, es uno de sus clientes y amigos más conspicuos. Por hostigamientos, malestares y amenazas, practica un nomadismo forzoso. Pasa por Rijnsburg, cerca de Leyden, Voorburg, y finalmente se radica en La Haya. Fatiga su vista con lecturas voraces en su lengua neerlandesa nativa, pero también en el español de sus antepasados.

Y se abraza al lenguaje universal de las matemáticas y la razón para comprender el mundo.

Y empieza a caminar en un bosque de cristales y lluvia.

3. NADIE PIENSA DESDE EL VACÍO

 Entre el agua del cielo, la ciudad, la madera, la humedad, un bosque cercano, y no muy lejos los campos de tulipanes, el gran pensador holandés piensa desde una red de muchas influencias: los estoicos, Lucrecio, Giordano Bruno, la escolástica, Thomas Hobbes, el judaísmo que sabe del Talmud y la Guía de los perplejos de Maimónides; y los colegiantes, protestantes liberales holandeses, y libres pensadores de su tiempo como el trágico Uriel da Costa, o Juan del Prado.

Y también es germen no desdeñable de su pensamiento las ciencias naturales de su época. Spinoza sostiene correspondencia con Oldenberg, el Secretario de la Royal Society (3). Y muestra un vivo interés por las matemáticas, la geometría, el espacio y el tiempo como medios para la comprensión del universo físico o material. La ciencia también es usina del orden y rigor del método geométrico en la posterior obra cumbre de Spinoza, La Ética explicada según el modo geométrico.

Y al pensador lo acaricia también el horizonte filosófico del barroco, el periodo cultural de la modernidad en el siglo XVII. El tiempo de Spinoza rebosa racionalismo y empirismo. El racionalismo nace a través de su exponente central y fundacional: René Descartes (1496-1650). El empirismo impulsa su teoría del conocimiento fundada en el predominio de lo sensorial en el Ensayo sobre el entendimiento (1690), de John Locke.

El pensamiento cartesiano precede al pensamiento de Spinoza. Para Descartes, por la razón, el sujeto pensante se emancipa del error, la ilusión, de la mera tradición u opinión para encontrar un método que asegure la llegada a una verdad ajena a toda duda. El método de la duda metódica, un proceder argumental que desecha, por dudosas, distintas opciones de un saber hasta llegar a un fundamento intelectual indubitable para el filosofar.

También establecido en Holanda, por su atmósfera liberal y temeroso de la Inquisición, Descartes escribe su obra de madurez: Las meditaciones metafísicas (1641). En sus meditaciones, el sujeto racional vuelve sobre sí para descubrir la naturaleza esencial del ser humano: su ser pensante, la res cogitans, la sustancia pensante.

Descartes, el fundador del racionalismo filosófico moderno. El meditador del cogito ergo sum (pienso, por lo tanto existo); el inquieto pensador de la duda como método y como superación de la incertidumbre. Filosofía que dispone la realidad en tres sustancias paralelas: mente-razón, cuerpo, Dios Lo real dividido y ordenado en la secuencia de tres niveles sustantivos en Descartes, Spinoza los hará sonar en la música de la unidad de un ser infinito, sin escisiones.

Un monismo.

Una única realidad. Lo que llamará Dios o la sustancia infinita.

A la separación cartesiana de sustancias, Spinoza le responde desde un trasfondo de filosofía natural estoica que no debemos subestimar. Para los estoicos la realidad son cuerpos, entidades con la capacidad de afectar o ser afectados. El concierto completo de la realidad es la vasta unidad que surge del principio superior llamado fuego artesano. En Cleantes, por ejemplo, no hay un otro mundo o trasmundo metafísico superior y separado respecto a éste. No hay ya dos mundos, como en Platón: este mundo de las cosas tornadizas, cambiantes, y el mundo de las Ideas inmóviles, inmutables, de sereno brillo eterno.

Para los estoicos, la realidad es el mundo natural, pero no como pura materia extensa sino como la materia informada por un principio organizador racional  y creador: el fuego artístico, fuego artesano, aliento ígneo, logos o razón suprema.

Ese logos como principio dirigente, como principio ordenador, espiritualidad o racionalidad, es en las cosas, en la materialidad, por lo que la naturaleza no es una máquina inanimada. Por el contrario, es naturaleza viviente indisociable de un logos o principio racional y espiritual ordenador. Por eso, entre los estoicos, la materia se diviniza, se espiritualiza.

Y como los estoicos, a través de la razón Spinoza también diviniza y espiritualiza los remolinos de la extensa materia. Dios es idéntico a la naturaleza, como el principio del panteísmo. Pero ya veremos que para el filósofo judeo-holandés no hay panteísmo sino panenteísmo, algo afín, pero no lo mismo.

Y el pensador decide volver a su casa, refugio cálido para su alma. Pronto empezará a nevar…

Casa donde falleció Baruch Spinoza el 21 de febrero de 1677, en la Haya, Holanda.

4. NO TEMAS PENSAR LA GRAN UNIDAD

Spinoza contempla la caída de la nieve desde una ventana, junto a una chimenea, y el crepitar del fuego. Cada copo solo existe como parte de toda la nieve, y la nieve como parte del cielo, y el cielo en unión con la tierra, y todo dentro de una gran sustancia sin límite. Y el pensador respira dentro de esa infinitud que se manifiesta en todo y en la blancura del firmamento nevado, y acude a un pensar geométrico para elevarse a la sustancia que todo lo incluye. Y piensa y escribe y narra en términos filosóficos cerca del frío…

  Desde Los elementos de Euclides el pensar geométrico parte de proposiciones axiomáticas, desde las que se deducen conclusiones y corolarios. En el siglo XVII, la matemática, y la geometría como una de sus partes, es modelo de un conocimiento de lo necesario, evidente, universal, eterno. Pero el razonamiento geométrico solo atañe a la forma y diseño del edificio conceptual, no a lo que contiene esa estructura. El formato del pensar espinosista es geométrico, pero lo más esencial es lo que abraza y contiene: la realidad identificada con el universo, la naturaleza, el todo de lo que existe.

Spinoza construye el castillo de un pensar anclado sobre un estilo o estructura geométrica. Por el deducir de la razón o entendimiento, el pensador que limpia cristales pretende elevar el pensamiento hacia la realidad universal.

Así escribe La ética explicada more geométrico (1677).

La Ética…se divide en cinco partes. La primera está dedicada a Dios y concluye con un famoso apéndice en el que Spinoza urde una lúcida crítica del antropocentrismo, cuestión fundamental que luego empalmaremos con el cuestionamiento del «gran sujeto». La segunda parte es consagrada a la naturaleza y origen del alma; la tercera, es sobre el origen y naturaleza de los afectos; la cuarta expande la meditación deductiva a la servidumbre humana respecto a «la fuerza de los afectos»; la quinta parte es cuando la máxima potencia del entendimiento navega en el conocimiento intuitivo, la libertad, la felicidad y la virtud o beatitud como amor a Dios como sustancia infinita, y la mente embriagada por la comprensión desde la perspectiva de la eternidad que libera del temor a la muerte, y empapa con la plenitud que derraman las ánforas de una sabiduría posible.

  La realidad única y total en los términos de Spinoza es la sustancia infinita. La noción filosófica de sustancia procede de la filosofía clásica griega. Aristóteles la tematiza como lo que subyace y da identidad a un ente o cosa particular. Pero para Spinoza sustancia es:

“aquello que es en sí y se concibe por sí: esto es, aquello cuyo concepto no necesita del concepto de otra cosa para formarse” (Baruch Spinoza (1991): E, I., def. III).

La sustancia en estado más puro es aquello que no necesita de “otra cosa”; es decir: esa realidad es causa de sí, se da o hace a sí misma: Esa realidad es Dios, que es la totalidad, lo absoluto, la suprema sustancia, la sustancia infinita:

“Dios es un ente absolutamente infinito, esto es: una sustancia que consta de infinitos atributos, de los que cada uno expresa la esencia eterna e infinita” (Baruch Spinoza (1991): E,I, def.VI).

Dios y la infinitud de la sustancia son conceptos inseparables. Y la sustancia infinita como realidad máxima y absoluta “consta de infinitos atributos”. Por un lado esto introduce la potencialidad, la expresividad, la generación de los atributos infinitos. El poder o potencia de la sustancia no puede ser limitado en sus efectos o expresiones. Por eso, sus atributos deben ser también, por tanto, infinitos.

Pero el humano solo puede entender dos atributos: el pensamiento y la extensión.

El pensamiento involucra las ideas, las formas o géneros del conocimiento, el entramado de los conceptos, el entendimiento. La extensión alude a lo que se manifiesta en el espacio, lo que ocupa lugar en la exterioridad como los cuerpos. Cada cuerpo es un modo o variación de este atributo de la extensión; las ideas son modos del pensamiento. Las ideas, los cuerpos, los entes, las cosas, son y co-existen en la sustancia infinita o Dios. Por tanto:

“Todo lo que es, es en Dios; y nada puede ser ni concebirse sin Dios» (Baruch Spinoza (1991): E. I, pr. XV)

Así, nada existe fuera de la unidad de la sustancia infinita o Dios. Las cosas, los cuerpos de los humanos y los felinos, de los insectos o de las rocas, las cosas que cambian en el tiempo de los segundos o las edades geológicas, se extienden en el espacio. Todo aquello, y la naturaleza como ámbito de todas las cosas ordenadas en leyes inmutables son dentro de la sustancia infinita o Dios.

Pero Dios como la sustancia infinita nada tiene que ver con el Dios personal de las religiones, con una voluntad divina creadora, que actúa por el amor al humano o al mundo que crea. No. La sustancia infinita o Dios es un orden universal, eterno y necesario. A su altura se remonta la razón universal, no la fe dogmática que se pretende superior a la racionalidad que entiende la totalidad. Y ese orden necesario y divino se expresa en las leyes naturales; y ese orden es en las cosas, pero las cosas no exhalan la misma esencia o jerarquía que la totalidad:

“Las cosas singulares no pueden existir ni ser concebidas sin Dios y, sin embargo, Dios no pertenece a su esencia” (Baruch Spinoza (1991), E, II, pr.10)

«Dios no pertenece a su esencia». Es decir: no pueden identificarse Dios y la naturaleza, el ámbito de las cosas. Dios o la sustancia infinita es inmanente, late en la red de las cosas, pero a la vez las trasciende. Es algo más. Eso más supone que Dios se expresa en infinitos atributos, pero en nuestro mundo humano conocido solo actúan el atributo del pensamiento y la extensión. Esos otros atributos no conocidos trascienden nuestra realidad, se despliegan en la mismidad de la sustancia infinita. Con el atributo del Pensamiento y la Extensión, según Karl Jaspers, es suficiente para suscribir la inmanencia; pero, a la vez, la sustancia infinita no se agota en su expresarse en las cosas, las trasciende más allá, hacia su insondable intimidad.

Inmanencia y trascendencia, lo que se llama panenteísmo entonces, no panteísmo, la proposición habitual Deus sive Natura (Dios o la Naturaleza), que se atribuye a Spinoza. En contra de una primera apariencia, el pensador que pule los cristales conserva la diferencia escolástica entre natura naturans (Dios como el Ser y la vida irreductible a toda particularidad), y natura naturata, el entramado de los modos infinitos y finitos, universales y particulares. Así no se disuelve la diferencia entre lo real mayor de la sustancia infinita y la extensión y el pensamiento en la que el humano se mueve y piensa. ​

En esta dirección, en una carta a Henry Oldenburg, Spinoza afirma que: «en cuanto a la opinión de ciertas personas de que identifico a Dios con la naturaleza (tomada como una especie de masa o materia corpórea), están muy equivocadas» (3).

Sin embargo, sí podemos concebir o entender que las cosas en la naturaleza solo son en la sustancia infinita divina, por lo que lo divino absoluto y el mundo natural no son separables:

“La extensión es un atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa extensa (E, I, proposición II).

Si Dios es una cosa extensa, y toda extensión se remite a la naturaleza, ésta así se diviniza, y participa de la realidad superior a la que solo se accede por la razón que entiende las cosas dentro de un orden eterno, bajo la perspectiva de la eternidad. 

 Para Spinoza, las cosas nunca pudieron ser provocadas por Dios de «ni ningún otro modo ni con ningún otro orden a como fueron producidos» (E, V, pr. 33). La naturaleza de Dios es perfecta e inmutable. Entonces, si es perfecta es lo que debe ser, y no de otra manera. La realidad considerada metafísicamente está remitida a esa perfectísima inmutabilidad.

La libertad, como cristal que duplica un reflejo, también refleja el orden fijo, inmutable y eterno. Para el pensador que contempla caer la nieve, es una libertad-necesidad. Nada escapa, ni las ideas, ni las imágenes, ni las cosas, escapan de ser efecto o determinación de una causa. Para el austero filósofo de Ámsterdam, todo es así determinado. Determinismo. La propia libertad es aceptación de ese determinismo. La libertad no es, así, la elección de esto y lo otro (eso solo tiene una realidad psicológica), sino la aceptación racional del orden necesario enfundado en las leyes de la naturaleza. Pero también las cosas están determinadas a existir de «un modo fijo», en su condición de ser corruptibles.

Así para el filósofo de la tierra de los canales y los tulipanes, la realidad es una, orden eterno, infinita energía espiritual de la totalidad que se expresa infinitamente. La mente libre entiende y acepta y puja por elevarse a ese orden que el sujeto racional puede pensar y entender pero no construir en su existir como causa sui. El sujeto racional es testigo de la vastedad como rosa encendida de la sustancia de lo infinito, y los infinitos atributos. El sujeto no es el «gran sujeto» constructor de la única realidad significativa; es el observador embelesado por la gran presencia de la sustancia infinita que late dentro y fuera de su mente. La gran realidad, la inmensidad que abriga y colma de espiritualidad. Como esa realidad es una, ninguna nota queda fuera de su música, ni siquiera las cacofonías de la ignorancia, la irracionalidad o las supersticiones.

Y el solitario judeo-holandés se desentiende del cielo nevado. Ve por un momento la chimenea, sus libros, la lumbre del fuego. Vuelve a pensar en el frío día en Holanda. Y no teme pensar la gran unidad, el poder de la sustancia infinita.

Y deja la pluma por un momento.

Se acerca, de nuevo, a la ventana a través de la que contempla la nieve que rueda en una danza sin sostén. Sabe que aún mucho debe pensar para llegar hasta la cumbre. Allí solo vuelan halcones, águilas, cóndores. Y hasta allí puede remontarse también el coraje intelectual, que acepta subir por una rocosa y difícil ladera.

5. LAS FORMAS DEL CONOCIMIENTO, POR LA CUESTA, HACIA LA CUMBRE.

El conocimiento en Spinoza es el ordenado y riguroso trepar la ladera de una montaña hasta la cumbre.

El ascenso empieza por una primera forma o género de conocimiento: la experiencia y la imaginación; continúa con el segundo género de conocimiento de «las nociones comunes» y las «ideas adecuadas de las propiedades de las cosas», propias de la razón; y un tercer género de conocimiento cuyo pivote es «el conocimiento mismo de Dios», desde la perspectiva de la eternidad (sub aeternitatis specie) que conduce a la feliz tranquilidad de la mente, al amor intelectual de Dios.

En cuanto al primer tramo del conocimiento, como buen racionalista, Spinoza acepta la experiencia que es válida para los asuntos de la vida práctica, pero que «no nos enseña las esencias de las cosas». Aquí, cuando habla de la experiencia se refiere a la experientia vaga, los datos de los sentidos que empujan hacia el error y la confusión y a un pretender conocer por oídas y signos, distinto de la experientia ordinata que al ajustarse a las leyes de la naturaleza, se ciñe a procesos regulares y repetibles, comprobables, lo estudiado por las ciencias naturales. En el centro del primer género de conocimiento también anida la función de la imaginación. Esta es «paciente», pasiva, diferente del entendimiento, que es el músculo racional activo del comprender. El imaginar expresa el modo como los cuerpos son afectados por las sensaciones, por el afuera, por circunstancias fortuitas y aleatorias. Un ser afectado del «cuerpo humano por causas externas » (E, III, pr. 32). Por eso, de la imaginación surgen «ideas inadecuadas», engañosas, erróneas, inexactas, para la comprensión de la esencia de las cosas.

Por el contrario, las «ideas adecuadas» surgen del deducir o inferir el conocimiento desde las propiedades de las cosas o nociones comunes universales. Esa deducción es buena parte de la disciplina intelectual de la Ética… Se impone siempre aquí recordar que Deleuze observa que hasta la proposición 2 de la V parte, la Ética… es dominada por el segundo género de conocimiento; un conocimiento demostrativo que prepara la mente para «conocer las cosas no como contingente, sino como necesarias» (E, II, pr. 44), y también para el tercer género de conocimiento, el conocimiento intuitivo que proyecta «el conocimiento adecuado de la esencia de las cosas». El deducir de forma adecuada libera de la vaguedad confusa, gana en rigurosa comprensión. Por eso en su juego ascendente, la razón llega al tercer nivel del conocimiento que abre la mente al amor a Dios.

Loa Casa museo de Spinoza en Rinsburg. Aquí vivió entre 1661 a 1663.

5. DE LA SOBERBIA AL AMOR (DESDE LA RAZÓN) A DIOS

Alguien golpea la puerta; alguien reclama al austero pensador. Atiende al llamado. Un mensajero le trae una caja de madera barnizada que contiene nuevos lentes para pulir y hacerlos brillar. Es solo una breve distracción. Sus manos se reencuentran con las lentes de los cristales que debe pulir. Una acción puntual, pero también una metáfora de la razón que se cultiva y asciende. La racionalidad que medita en la totalidad, entiende esta totalidad: Dios o la sustancia infinita, que rebasa y contiene al propio sujeto racional que deduce y medita. La razón es «cristal» que debe pulirse para mejor reflejar el brillo de la realidad mayor, no reducida a un gran sujeto que solo tolera la realidad por Él mediada y construida.

 Mejor se entiende la realidad mayor cuando no se desvía el pensador del ascenso por los géneros de conocimiento, y cuándo en la cima se entiende que lo virtuoso y dichoso es amar, y no negar, la inmensidad de Dios o la sustancia infinita. Pero para esto, para amar a Dios, también se debe aprender a cosechar las «buenas pasiones» y superar regresivas pasiones como la soberbia y el odio. El conocimiento y dominio de los afectos son otro momento del vuelo…

En la cuarta parte de la Etíca...sobre la servidumbre humana o de la fuerza de los afectos, se afirma que la servidumbre surge de la impotencia humana para gobernar y reprimir los afectos. Quien se esfuerza en vivir en conformidad con la razón puede mutar «malas pasiones» como el odio, la ira, la soberbia y el desprecio hacia el prójimo, hacia lo contrario: el amor, o sea la generosidad.

En la tercera parte, sobre el origen de la naturaleza de los afectos, se sostiene que estos son parte de la naturaleza humana, como el aire de la atmósfera y el agua del mar. Y la clasificación o definición general de los afectos de Spinoza se concentra en la alegría y la tristeza. La alegría es la transición del hombre de una menor a una mayor perfección; la tristeza, por el contrario, «disminuye o reprime la potencia de obrar del hombre».

El odio, la ira, el desprecio hacia el prójimo son parte de las pasiones o afectos que cortan alas en el ascenso hacia la virtud. En Spinoza, las pasiones no son lo que, en su conjunto, deben ser reprimido (Descartes), o aquello de lo que hay que liberarse desde la indiferencia (la ataraxia estoica). La pasión de la alegría debe ser cultivada; la tristeza y otras pasiones regresivas son, sí, lo que la razón debe «reprimir». Sin una alquimia positiva de las pasiones, sin la alegría, la razón no se aligera lo suficiente como para volar hacia lo más elevado del ser.

Para Spinoza, la soberbia «consiste en estimarse a uno mismo, por amor propio, en más de lo justo». (E, IV, prop. XXVIII). Eso implica a la vez que el soberbio «ama la presencia de los parásitos o de los aduladores, y odia la de los generosos». Es decir, la soberbia es estimarse en más de lo que se es; y en esta autovaloración excesiva, a la vez se desvaloriza a otros. El soberbio exagera su importancia. Magnifica su yo. Esto le impide identificarse con el valor universal de la razón que trasciende, en mucho, la particularidad de su yo.

La soberbia contribuye a que el sujeto particular se preocupe más por sí mismo que por meditar en todo lo que lo excede y contiene. Y siempre está infeliz por no ser adulado lo suficiente. Lo contrario es la felicidad como parte del «esfuerzo conativo». El conatus o esfuerzo por conservarse en el ser, por el que la pasión de la alegría promueve el avanzar o perfeccionase en aras del género más alto del entendimiento o la razón. Solo aquí se encuentra «la suprema felicidad y beatitud del hombre». Y la felicidad es la virtud no como premio sino como virtud en sí misma que despunta por la tranquilidad de la mente que alcanza el conocimiento intuitivo de Dios.

Por la capacidad intuitiva del tercer género de conocimiento, la mente se identifica y une con la gran realidad. Así ingresa en aguas serenas, goza de la felicidad, y «no es otra cosa que la tranquilidad misma del espíritu, la cual se deriva del conocimiento intuitivo de Dios (E, V, c. IV).

La felicidad brota del conocimiento de Dios. «Así pues cuanto uno más destaca en este tercer género de conocimiento, más será consciente de sí mismo y de Dios, es decir tanto será más perfecto y feliz (E. V, pr. 31,escolio).

La felicidad no es sin amor. Pero no el amor del afecto, sino del amor intelectual. El amor intelectual de Dios que procede no solo de la intuición de Dios, sino también del conocer las cosas singulares. Este tipo de amor eleva hacia la perspectiva de eternidad (species aeternitatis), y se acerca a una posible mística racional. Lo místico en estado puro, como unio mystica, es el yo que se entrega y funde con el ser otro de Dios. Pero en este darse y con-fundirse, el yo pensante y sintiente, antes separado y recluido en su interioridad, ahora conoce la experiencia de ser dentro de Dios que se ama a sí mismo. Por eso:

» El amor intelectual de la mente hacia Dios es el mismo amor de Dios con el que Dios se ama a sí mismo» (E.V, pr. 36).

En este estado, poco o nada ya padecemos las pasiones regresivas, o el temor a la muerte. Saber que esta existencia se acabará para nosotros no es motivo de tristeza, porque el todo espiritual del que somos un modo no perecerá. Y el que asciende y experimenta la realidad mayor eterna intuye esa realidad, y en ese intuir ama esa realidad grande, ama a ese Dios como sustancia infinita, que «se ama a sí mismo». La intuición que ama al Dios intuido, transmuta el rigor lógico del pensar more geometrico en intensidad emocional y amorosa que también es fuente de felicidad y tranquilidad de espíritu, cuando se vuela hasta la realidad como sustancia infinita. Para ese vuelo se debe salir de las jaulas…

Estatua de Spinoza en Ámsterdam.

6. PERO LLEGA EL GRAN SUJETO, Y SUS JAULAS, QUE RECLAMAN TODO PARA SÍ…

Spinoza aviva más el fuego de la chimenea. El invierno no pierde el vigor de hielo, allá afuera. Iba a buscar algo de comida a una dispensa a unos dos cientos o tres cientos metros, pero mejor esperará que pase la tormenta. Más tiempo para la intimidad, la quietud, entre las llamas, y los copos de nieve, afuera. Más tiempo para pensar. Pero ahora el pensador, que ya ha volado hasta la gran realidad, debe criticar la manipulación y negación de esa realidad por las creencias y supersticiones del sujeto humano que pretende que todo es para Él. Es momento de empezar a hacer una sopa, y mientras revuelve con una cuchara, analizar esa extraña superstición de los humanos que quieren que la naturaleza, la cara extensa y visible de la gran realidad, esté a su servicio…

Suponer que la naturaleza obra para beneficio humano es una distorsión antropocéntrica, ante la que Spinoza se rebela con lucidez y energía en el apéndice de la primera parte de la Ética

  La naturaleza como expresión de la sustancia infinita divina no puede ser reducida a las necesidades humanas. Es ilusoria la creencia de la naturaleza hecha por Dios para los hombres, como si esto fuera su fin. En una anticipación de la mentalidad moderna ilustrada que madura en el siglo XVIII, Spinoza apela a la razón como medio para remover prejuicios, hábitos dogmáticos, repetición de creencias muy arraigadas y no cuestionadas, que provienen desde el fondo de la historia, algo que lo lleva también a cuestionar al Dios personal de la Biblia en su Tratado teológico-político (4). .

   La crítica al antropocentrismo y la defensa de la Naturaleza no manipulada o reducida a utilidad humana es un instante crucial en el que Spinoza nos reconduce a la condición del sapiens como parte y no como centro soberano, o gran sujeto, de la realidad infinita. El gran filósofo empieza por observar que:

“los hombres suponen comúnmente que todas las cosas naturales obran, como ellos mismos, por un fin y aun, sientan, por cierto que Dios mismo dirige todas las cosas hacia un fin cierto, pues dicen que Dios ha hecho todas las cosas por el hombre, y al hombre para que lo adore a Él” (B. Spinoza (1991): E, apéndice Primera Parte, FCE, p.43)

 Los hombres son ignorantes de las causas de las cosas, y no actúan por nada sino por una “utilidad que apetecen”, un beneficio que desean. Descubren que muchas aspectos de la naturaleza parecen estar para su beneficio: los animales que los alimentan, el sol que los ilumina, el mar que cría los peces también para su paladar. Todos los seres naturales parecían dispuestos o creados para su favor, pero como el humano no crea a los animales, al Astro Rey o los océanos, entonces, es inevitable que:

“debieron concluir que había algún o algunos rectores de la Naturaleza, dotados de libertad humana, que les han procurado todo y han hecho todo para uso de ellos”.

Los rectores son los Dioses que “dirigen todas las cosas para uso de los hombres”, y en una transformación monoteísta se convierten en un solo Dios al que se le debe adorar para que beneficie más a un pueblo que a los otros. Así el prejuicio de que la naturaleza responde al fin de servirle al humano “se convirtió en superstición”. La creencia de que la Naturaleza solo obra para provecho humano solo mostraría que “la Naturaleza y los dioses deliran lo mismo que los hombres”.

Pero cuando en la Naturaleza irrumpen terremotos, inundaciones, tempestades, enfermedades.

¿Esto es también solo para uso o beneficio de los hombres?    

Los violentos fenómenos de la naturaleza solo son a causa de que los dioses están irritados por las ofensas humanas. Los cataclismos naturales tienen como fin castigar a los humanos. Todo esto solo puede ser creído por ignorancia. La creencia de que la naturaleza responde a fines relacionados con un «justo castigo» al sapiens se refuta por las matemáticas.

En las matemáticas se exterioriza un saber sin fines por que estudia esencias, las propiedades de las cosas, no sus hipotéticas causas finales. La naturaleza no tiene fines. Las supuestas causas finales son ficciones humanas. Y la realidad sustentada en un orden matemático-geométrico demuestra que la realidad carece de fines.

Y el holandés pulidor de cristales recuerda que algunos dicen que las cosas pasan porque Dios es la causa. El Dios del que aquí hablamos es Dios providente, por cuya suprema voluntad interviene, controla, dirige los asuntos humanos (por eso también se manifiesta por los milagros). Entonces, si alguien pasa y se le cae una piedra, esto solo puede ser porque Dios así lo quiso. No por azar.

¿Pero la caída o desprendimiento de la piedra no podría ser causada por el viento?

Para negar esto se dirá que el viento es movido por el querer divino. Es decir, todo es por la voluntad misteriosa de Dios. Una actitud que encubre la ignorancia sobre las causas naturales de los fenómenos. Y estas causas naturales son estudiadas por el sabio. Por esta actitud, el sabio será estigmatizado como hereje o impío, mientras los hombres, prisioneros de las supersticiones, creen que todo pasa por ellos.

Pero:

«… la causa que se llama final no es otra cosa que el apetito humano mismo en cuanto es considerado como principio o causa primaria de alguna cosa (E, IV, prefacio).

Así el humano imagina un orden de la naturaleza cuyo fin es responder a las necesidades humanas. No se recurre al entendimiento. Se imagina un orden porque es más fácil imaginar que entender la dinámica real de las cosas. Y así:

«…todas las nociones por las cuales suele el vulgo explicar la Naturaleza son solamente modos de imaginar y no indican la naturaleza de cosa alguna, sino únicamente la contextura de la imaginación» (E, apéndice, p 49).

Los «entes de imaginación» son diferente de los «entes de razón», y el imaginar sostiene la creencia de que todo el orden de la naturaleza debe ser favorable o atinente a las necesidades humanas. Lo que es bueno para el humano, este cree, es bueno para Dios. Pero así solo «imagina» desde la mediación de deseos y preferencias y necesidades del sujeto ceñido a «la disposición de su cerebro». De esta manera solo se «imagina» y no «entiende». Y las supuestas imperfecciones de la naturaleza: «la corrupción de las cosas hasta la fetidez, la fealdad de las cosas que produce náusea, la confusión, el mal, el pecado», todo aquello signado como «imperfecciones» omite o no entiende que:

«la perfección de las cosas sólo ha de estimarse por su naturaleza y potencia; y, por tanto, las cosas no son ni más ni menos perfectas porque deleiten u ofendan los sentidos de los hombres o porque convengan a la naturaleza humana» (E, apéndice, p. 49)

Cuando se entiende a la realidad infinita desde «su naturaleza y potencia» esta ya no se la entiende desde fines, metas y necesidades humanas. La realidad entonces recupera su independencia de la manipulación subjetiva. Es la gran presencia respecto a la que el sujeto siempre accede desde el filtro de su ver, de su necesitar, de su madeja de condicionamientos e intereses en un entramado cultural dado; pero eso no impide, para quien sigue el ascenso de niveles del conocimientos en Spinoza, entender que la gran realidad, la de la sustancia infinita, siempre es la inmensidad del fuego que por ser expresión infinita no pude comprimirse a las categorías finitas de la mediación del sujeto.

La biblioteca de Spinoza (Wikimedia Commons)

7. JUNTO A SPINOZA Y EL GRAN VUELO.

Antes de acompañarte Baruch, en tu último desborde de pensamiento, ya traspasado por nuestro propio pensar, sé que cesó la tormenta. Es notable: en una hora el cielo ha mutado de terciopelo flotante y plomizo a suave tela abrillantada por el sol reaparecido. Quizá ahora sí puedas salir…

La edad media mucho denigró al ser humano. Era la creatura pecadora, obsesionada por su salvación en brazos de la Iglesia y de Dios. Para construir la cultura moderna y el desarrollo del conocimiento del mundo natural y la producción económica y un camino de progreso, el humano se reinventa como paradójica divinidad secular. Ya no es el pecador sufriente y avergonzado. Ahora el humano es la nueva voluntad soberana decidida a conocer por su razón y las ciencias, pero, a la vez, cada vez más tentado de reemplazar la gran realidad misteriosa en la que existe por su condición de nuevo dios, del gran sujeto, que solo por su mediación la realidad es significativa. Porque en definitiva, en la modernidad se inicia la ilusión epistemológica por la que la realidad es solo para el gran sujeto. El cristianismo o el idealismo filosófico alemán en Kant, o en la filosofía hegeliana, desde distintos perfiles, contribuyen a esto. En el Génesis bíblico, la naturaleza es creada por Dios para satisfacer al humano; en Hegel, la realidad es manifestación de un sujeto absoluto transhumano, pero que solo se entiende y es, o se autorrealiza, por la mediación de la razón humana como sujeto dialéctico y mediador.

El gran sujeto moderno-posmoderno, y hoy ultramoderno tecno-digital, peligrosamente se instala en un reduccionismo por el que la realidad solo es por la mirada y mediación del sujeto, y no como realidad en sí misma ya dada, en su independencia, alteridad, amplitud y misterio, ante la que la razón debería buscar entender, y en lo más alto de su vuelo, a la manera espinosista, amar esa realidad.

Hoy, en el siglo XXI, el pensamiento de Spinoza es un saludable realismo. Somos nosotros y nuestra excesiva mediación del sujeto, y nuestras ciencias y sofisticadas tecnologías, y nuestros dogmatismos ideológicos y religiosos, y entramados de lenguajes verbales, corporales y matemáticos. Y es la gran realidad, la de la presencia infinita incesante (la de la sustancia infinita), mediada por el gran sujeto, por nuestra subjetividad, sí, pero no constituida en sí misma por ella.

Sin poder pensarlo en estos términos, Spinoza desmonta la soberbia del gran sujeto antes del tiempo de la tendencia cultural hacia la subjetividad antropocéntrica maximizada.

La modernidad radicalizada como posmodernidad naturaliza que la realidad se la entienda solo desde la mediación subjetiva. Mediación subjetiva que solo percibe y comprende la realidad ambiental desde la propia mirada o perspectiva del Sujeto. En su grado radicalizado o exagerado, las cosas no son las cosas sino el modo como el sujeto mira o piensa las cosas, o las cosas solos existen por ese mirar o interpretar. Aceptar la mediación inevitable de la mirada del sujeto es una imposición desde nuestro sistema nervioso y lógico apriorístico categorial; solo vemos, como diría Kant, desde cierta noción de espacio y tiempo propias de nuestra subjetividad. Pero esto no alcanza a condicionar o constituir a la realidad mayor de la sustancia infinita. El gran sujeto es solo un invitado ante el misterio de la gran realidad, más allá de nosotros.

Desde esta lectura, Spinoza despluma el pavo real del sujeto ensoberbecido de la modernidad-posmodernidad, y de la ultra-modernidad técnico global. En el arte del razonamiento filosófico del pensador pulidor de cristales, la razón entiende a Dios o la sustancia infinita en su altura y poder de infinita expresión, y bajo cuya luz el sujeto es solo modo o variación de un par de sus infinitos atributos, nunca sustituto de la realidad mayor o en sí misma.

Tu filosofía Baruch, es pensamiento de la elevación espiritual por la razón hacia la conciencia de una realidad universal, de potencia ilimitada. Entender esta amplitud, aceptar su orden prepara para un especial gesto de libertad, y para gozar de la tranquilidad y felicidad de la mente que, al entender, domina o modela y eleva sus propias pasiones, y en lo más embriagante del vuelo de la razón comprende e intuye la realidad de la inmensidad y se enamora de ella. El gozo del amor intelectual de Dios y la sustancia infinita. La razón expandida hacia la gran realidad como ética de la felicidad, una forma de salvación, el empujón incansable hacia un horizonte de perfección y virtud deleitable, un entender de la vastedad de lo eterno, ya no encajonado en la jaula de lo pequeño que se pretende todo.

Ante la realidad de la infinita inmensidad, el sujeto racional es solo testigo pensante, amante asombrado, contemplador fascinado, pensamiento que busca entender. En contra de todo lo que aquí la subjetividad pueda reclamar también, las matemáticas es ejemplo de la realidad con sentido más allá de la subjetividad finita. Lo matemático-geométrico como modo inicial que Spinoza elige como vehículo para pensar la gran realidad, la realidad mayor. El pensador de los cristales en el invierno, cerca del fuego y la chimenea, como parte de la recuperación de un realismo frente al subjetivismo de la posverdad y la reducción de la realidad a lo que «yo digo o enuncio» en el oráculo online de las redes (5)

El realismo de una mística racional sui generis que, en su amor a Dios abraza a la realidad de la gran presencia, la sustancia infinita que, en toda su amplitud, se derrama hacia lo ignorado, hacia lo desconocido e inaccesible a nuestra comprensión intelectual cuando casi todos sus infinitos atributos no se nos manifiestan. De modo que es preciso observar que, en Spinoza, el conocimiento racional no es absoluta posesión de un todo conceptual como en Hegel, sino una totalidad incognoscible en toda su amplitud ontológica.

Spinoza es la razón como contemplación de la inmensidad que se nos dona y entrega. Esa realidad es lo no percibido por el sujeto encapsulado dentro de la burbuja digital del flujo incesante de nueva información y entretenimiento vía streaming que rápido se consume y reclama nueva oferta informativa y de distracción de recambio. El realismo recuperado de Spinoza, por el contrario, es pensamiento identificado con la gran realidad y la naturaleza y sus leyes,más allá del sujeto y sus mediaciones y su encerrarse sobre sí mismo.

Y el pensador que reclama que la mente vuele hacia lo más alto, no por eso deja de prevenir sobre el fango de lo político, de las tiranías que amenazan la libertad, lo que hace en su Tratado Teológico-político. Esto no hace que el filósofo cerca de los canales y los tulipanes, renuncie a la apertura a la gran realidad, la presencia de la inmensidad. Esto que ya nada o poco se entiende.

Pero los astronautas del futuro, en sus viajes hacia los exoplanetas, y quizá adentrándose en agujeros de gusanos, volverán al arte de la razón que ama la inmensidad, desde una filosofía convertida en viaje espacial, en pura experiencia de viajeros asombrados que entenderán, por otras vías, la sustancia infinita espinosista, la gran realidad.

¿Podrá ser así, Baruch?

Y sales de tu casa, la nieve brilla entre los rojos resplandores del nuevo sol. Cerca están tus pocas pertenencias, tu caja con los instrumentos para pulir cristales, tu mesa, tu cama, tus libros. ¿Qué más necesitas? Sí, y ahí está todo, la tierra, lo extenso, los modos o variaciones de las cosas singulares, los cuerpos, y las casas, y las aguas de los canales y los árboles, y las nubes y las aves, y todo dentro del todo de la gran sustancia, de la gran realidad.

Y sonríes, amigo Baruch, a pesar de que tanto te maldijeron. Nada puede amenazar tu alegría .

Las citas de la Ética explicada sobre el modo geométrico:

La ética explicada more geométrico. Ética demostrada según el orden geométrico, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, trad. Oscar Cohan.

Notas

(1) De Witt tiene una esmerada educación humanista y científica, y añora los valores de la República Romana. Spinoza entabla una fuerte amistad con el político que también es brillante matemático. Hoy se presume que una de sus obras fundamentales, el Tratado teológico político, que en vida del filósofo fue publicado con pseudónimo, fue escrito para avalar y legitimar el ideario republicano de De Witt. Johan de Witt domina la política y finanzas de las Provincias Unidas, en colaboración con Cornelius de Graeff. Su postura republicana puja por impedir el retorno de la monarquía de los Orange. Los pro-Orange no quieren perder terreno, y cuando el Príncipe de Orange, el futuro Guillermo III de Inglaterra, está cercano a cumplir 18 años, en 1667 anuncia su voluntad de recuperar la condición de Estatúder y Capitán General de los Países Bajos. De Witt, y los otros republicanos, firman el Decreto Eterno que prohíbe, indefinidamente, el ejercicio de ese cargo. Pero la República es una promesa frágil. Y sus enemigos orangistas aprovechan el tronar de los cañones de la Guerra Franco-Holandesa de 1672 para tomar el poder… Mediante un ardid, una carta falsa lleva a De Witt hasta la prisión en la que está prisionero su hermano, Cornelio de Witt. Entonces, el malestar popular, y tal vez el celo conspirador de Guillermo III Orange, precipitan la muerte de De Witt. Es decapitado. Se lo cuelga desnudo. Se le arranca el corazón. Parte de su cuerpo es comido como si de un festín caníbal se tratase.

(2) Maldito sea de día y maldito sea de noche; maldito sea cuando se acuesta y maldito sea cuando se levanta; maldito sea cuando sale y maldito sea cuando regresa. Que el Señor no lo perdone. Que la cólera y el enojo del Señor se desaten contra este hombre y arrojen sobre él todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. […] Ordenamos que nadie mantenga con él comunicación oral o escrita, que nadie le preste ningún favor, […] que nadie lea nada escrito o trascripto por él. El cherem contra Spinoza en el Libro de los acuerdos de la Nación. Spinoza se retiró a un suburbio en las afueras de la ciudad y escribió en español su Apología para justificarse de su abdicación de la sinagoga, obra perdida que algunos autores consideran un precedente de su Tratado teológico-político.

(3) En Correspondencia de Benedicto de Spinoza, Wilder Publications, 2009, carta 73.​Henry Oldenburg.

(4)​ El Tratado teológico-político fue publicado de forma anónima en 1670 en Ámsterdam. Generó profundo rechazo, y la acusación para su autor de ateo y blasfemo. Fue repudiado por igual por católicos y protestantes. Aquí, Spinoza somete a la Biblia a un análisis crítico-racional, Se cuestiona la «revelación divina» del texto bíblico y de los profetas; se pregona el rechazo del dogmatismo, los milagros. La filosofía no debe someterse a la autoridad religiosa de rabinos, sacerdotes, teólogos, porque la luz natural de la razón es medio legítimo para una lectura libre y personal del texto religioso. Su método de exégesis histórico-racional horada el monopolio de la verdad de las religiones. La libertad ante la religiones es funcional a la construcción de un estado democrático, no tiránico; de ahí la parte política del tratado fuertemente orientada a legitimar el derecho a la libertad.

(5) Nuestra época tecno-global contribuye fuertemente a la radicalización de la posición de de la realidad que solo es como realidad construida, como realidad mediada por un sujeto maximizado, como maximización subjetiva. Ver nuestro libro E. Ierardo, La red de las redes. Ciudad de Buenos Aires, Ed. Continente.

Bibliografía:

B. Spinoza, La ética explicada more geométrico. Ética demostrada según el orden geométrico, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, trad. Oscar Cohan.

B. Spinoza, Ética demostrada según el modo geométrico, ed. Trotta, trad. Atilano Domínguez.

B. Spinoza, Tratado teológico-político, Alianza, Madrid, trad. Atilano Domínguez.

S. Rabade Romeo, Espinoza: Razón y felicidad, Madrid, Ediciones Pedagógicas.

Atilano Domínguez, Spinoza, vida, escritos y sistemas de filosofía moral. Guillermo Escolar editor.

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