El bosque de las columnas de la Mezquita-catedral de Córdoba, Andalucía

(Con texto y galería; última actualización 11-4- 2025)

La experiencia dentro de la gran Mezquita-Catedral en la ciudad de Córdoba, gran tesoro cultural en Andalucía.

Entre la ciudad de Córdoba y el Bosque de las columnas de la Mezquita-Catedral, en Andalucía, por Esteban Ierardo (fotos E.I y Laura Navarro)

Caminamos por las calles de naranjos. El cielo bate sus alas radiantes y azules. El aire es fresco. Como en todas partes, los lugareños van de acá para allá. Desde que bajamos del tren, empecé a preguntarme por la ciudad, por Córdoba, Andalucía, por su origen, por el rumor de los cientos de años de su tiempo vivido. Córdoba, en su origen, una de las ciudades romanas de la península ibérica, y luego uno de los grandes centros islámicos de la Edad Media; urbe fundada con el nombre de Colonia Patricia de Corduba por Claudio Marcelo, capital de la Hispania Ulterior en tiempos de la República romana, y después, durante el Imperio romano, capital de la provincia de Bética, de alta prosperidad e importancia.

Y ahora, hoy, a Laura y a mí, nos atrae como una suave voz el casco histórico, el costado más antiguo de la urbe que mira hacia el río Guadalquivir, en el que flotan los recuerdos de los muchos inviernos y veranos.

Unas calles no muy intricadas nos conducen a nuestro destino. En la marcha nos detenemos en un lugar que invita al recuerdo de la Guerra Civil española, y otras violencias pasadas. Hablamos con un andaluz entrado en años. Nos asegura que España es una ficción, que más tarde, o más temprano, estallará, y sacudido el velo de la falsa unión, solo resplandecerá el sincero brillo orgulloso de cada región autónoma que, en realidad, siempre fue una nación diferente a sus vecinas y replegada sobre sus fronteras.

Al avanzar dedicamos unos minutos a recorrer la Facultad de Filosofía y Letras de la ciudad; una jovencita practica inglés con otras; casi todos jóvenes, entran y salen de una espaciosa biblioteca. Descubrimos un patio interior. Antes también visitamos una escuela de arte. Cultura que roza nuestras frentes y luego pasamos ante la estatua de Maimónides, el sabio judío, médico, filósofo, astrónomo, rabino en el al-Ándalus, que pensó y suspiró en la ciudad cordobesa, y que también ejerció en Marruecos y Egipto, el autor de la Guía de los perplejos, obra en la que intentó interpretar el judaísmo en términos filosóficos.

Y cuando doblamos una callejuela, huella de la retícula urbana medieval, entrevemos el edificio que buscamos. Ya dentro del perímetro de la gran Mezquita vemos el patio de los Naranjos, en la parte norte del templo, donde un patio de abluciones (sahn) era el sitio de lavado para purificaciones rituales antes de los actos religiosos; también era lugar para impartir enseñanzas; y la sala de oración (haram) al sur. Compramos las entradas. Con expectación ingresamos. Casi al instante lo antes visto en fotografías se materializa en nuestras retinas.

En el patio de los Naranjos, lo que era la piscina de abluciones

Dentro de la Mezquita empezamos a rozar círculos de pensamientos, reflejos de una presencia espiritual que no podríamos retener en el centro de nuestras manos. Un «bosque de columnas» abre senderos para lentas procesiones. Una gran «vegetación» de alrededor de 1250 columnas. Cada una de ellas es única; cada una de ellas se une por arcos formados por dovelas alternadas de piedra caliza y ladrillo. A la red de columnas se le agregan algunas con estilo romano con capiteles ornamentados. La gran novedad arquitectónica de la Mezquita, que luego imitarán otros edificios islámicos, es la doble arcada. Se ha propuesto que esto estaría inspirado por los palmerales de Siria, el hogar de Abderramán, califa al que luego nos referiremos, pero nada puede probar esto. En las arcadas se combina la parte inferior con forma de herradura, con la superior como arco de medio punto, que combina dovelas rojas de ladrillo, y amarillentas de caliza, lo que podría ser una adaptación de las formas del acueducto romano de los Milagros, en Mérida. ​

El acueducto romano de los Milagros, en Mérida, posible inspiración para las arcadas de la Mezquita-Catedral de Córdoba (Foto Wikimedia).

Abderramán III hizo desmoronar un primer minarete o alminar y luego erigió uno nuevo en 951, con 47 metros de altura. Jonathan Bloom, profesor de Arte Islámico y Asiático en el Boston College, teoriza que la erección del minarete por Abderramán era un símbolo de la autoridad del califa en su rivalidad con el Califato fatimí, también llamado califato de Egipto o Imperio fatimí, el cuarto califato, el único chií (1), o más exactamente ismaelita, que dominó el norte de África, entre el 909 al 1171. Al final, el minarete fue reemplazado por el campanario renacentista visible actualmente, de Hernán Ruiz III, que se construyó en 1617.

Al transcurrir los minutos, gradualmente la mente se desliza a otra región de vibraciones, más delicadas, íntimas, introspectivas, ansiosas de contemplación de lo que antes no se contemplaba, o de lo que antes no se sospechaba ni oía en una susurrante cercanía.

Andalucía, la vital tierra por la que deambulamos con pasos lentos y meditativos, a pesar de su historia previa de invasiones y batallas, encontró momentos de armonía entre cristianos, judíos y musulmanes. De hecho, la mezquita es a la vez catedral. La Mezquita-Catedral de Córdoba, o la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, o la Mezquita que oficia de paradójica catedral de la diócesis de Córdoba. Los musulmanes llegaron con la media luna y sus cimitarras, sus espadas de hojas largas y curvas, en el 711 d. c. Irrumpieron entonces en el sur español como huestes ebrias de yihad, impelidas por mandatos divinos de conquista y expansión. Los francos los detuvieron en los Pirineos; los francos les erigieron un muro de sangre que no pudieron flanquear. Pero, antes, la fe árabe con su brazo armado, con sus jinetes, caballos, cimitarras y estandartes, conquistaron toda la península, salvo Asturias. Donde hoy palpita la Mezquita estuvo la basílica de San Vicente (aunque de esto no hay pruebas concluyentes), o quizá solo un conjunto arquitectónico episcopal; y, antes, según ​una exposición arqueológica se han detectado fragmentos de un edificio visigodo; incluso se debatió, en su momento, que el templo habría estado dedicado originalmente al culto arriano (2), algo totalmente desestimado por la investigación académica actual.

Los Omeyas de España, los omeyas de Andalucía o los omeyas de Córdoba, fueron una rama de los Omeyas marwánidas que reinaron en Damasco sobre el imperio árabe. Primero gobernaron el Emirato de Córdoba, creado por el antes aludido Adderamán I, en 756. Adderamán I escapó de Damasco luego de la matanza de su familia durante la Revolución abasí, que derrocó a los omeyas e impuso el Califato abasí (750-1258), llamado también Califato abásida (o abasida), fundado por Abu I-Abbás, descendiente de Abbas, tío de Mahoma, que trasladó la capital de Damasco a Bagdad, ciudad que conoció el califato de Harún al-Rashid, el personaje de Las mil y una noches, y que se convirtió en una de las grandes luminarias de la civilización mundial por su Casa de la sabiduría (3).

Luego del Emirato, emergió el Califato de Córdoba que unificó los reinos islámicos en lo que hoy es España, en 929, y rigió por 102 años, hasta 1031, cuando fue depuesto su último califa que gobernó en Córdoba, Hisham III, y surgió la presencia en el Ándalus de los almorávides, los reinos Taifas y almohades (4).

Abderramán I ordenó la construcción de la mezquita sobre un templo cristiano precedente, en 786. Se concluyó dos años después. Tan corto periodo de edificación acaso se debió a la reutilización principalmente de columnas y capiteles romanas y visigodas. No se sabe quién fue el arquitecto. Pero en su obra son inequívocamente reconocibles influencias romanas, visigodas y omeyas.

Durante el Califato de Córdoba, la ciudad resplandeció como una de las avanzadas del mundo, patrocinó las ciencias y las artes, derramó una gran fuerza militar, y se empeñó en la edificación de imponentes joyas edilicias como la Mezquita que ahora aspiramos. Abderramán III y sus descendientes ampliaron la Mezquita hasta cubrir un área de 23 400 metros cuadrados. Se convirtió así en la segunda mezquita más grande del mundo en superficie, sólo superada por la mezquita de La Meca, y luego la Mezquita Azul (1588) (5).

En el siglo X, el califa Hisham II, Almanzor, emprendió la última de las remodelaciones de la mezquita. Almanzor adquirió celebridad cuando le arrebató sus campanas a la catedral de Santiago de Compostela y las trajo a la mezquita. Luego las campanas fueron recuperadas por Fernando III, en 1238. Entonces, volvieron a repicar en la gran catedral en Galicia.

La que quiso ser atemporal e inmutable mezquita para la gloria de Alá fue conquistada en el 1236 por Fernando III de Castilla. La mezquita, entonces, devino catedral. Además de la capilla, se agregó una nave de estilo renacentista en el siglo XVII. Dentro, nos sumergimos más en la entraña del edificio centenario. Su pasado musulmán hoy convive con lo que agregó la ocupación posterior cristiana. Una capilla con su altar, una sucesión de bancos, un órgano, troquelan el recinto para la entonación de los cánticos, la exhibición del cáliz, los visos de la misa cristiana entregada a sus eucarísticas y trasmutación simbólica del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo.

El Altar de la Encarnación (1475), en la Mezquita-catedral de Córdoba, obra realizada por Pedro de Córdoba.

Nos detenemos ante una pintura, el Altar de la Encarnación, que muestra el momento de la Anunciación a la Virgen María por el arcángel Gabriel, mientras éste desenrolla una cinta en la que se lee Ave Maria gratia plena. En la ventana en el ángulo superior izquierdo, una figura masculina con un orbe, en el que se lee «Asia» y «África»», irradia unos rayos que evidencian el Espíritu Santo y la acción del Padre Eterno, mientras que, en la parte inferior, diversos personajes religiosos contemplan, arrobados, el prodigio.

Damos también con la Capilla del Sagrario de la Mezquita Catedral de Córdoba que ocupa todo el ángulo suroriental del inmenso edificio; se encuentra en el espacio de la ampliación acometida por Almanzor. El Obispo de Córdoba Fray Martín de Córdoba y Mendoza ordenó su construcción en el año 1578. La Capilla se divide en cuatro tramos y tres naves, y su planta es rectangular, y en la extensión del techo reposan bóvedas de crucería gótica. Su decoración es profusa y atrayente, con templetes y frescos, en los que se exalta, casi exclusivamente, a los Santos Mártires. En la Capilla del Sagrario también yacen sepultados, tres Obispos de Córdoba, sin ningún epitafio que atestigüe la presencia de sus restos. Quizá una forma de extinguir todo resto de vanidad, aun en el último momento del alojamiento de los cadáveres destinados ya definitivamente al olvido. De todos modos, sabemos sus nombres: Don Fernando de la Vega y Fonseca, fallecido en 1591; Don Jerónimo Ruiz de Camargo y Don Francisco Díaz Alarcón y Covarrubias, fallecidos en el siglo XVII.

En la sacristía se guarda el ajuar litúrgico de la Capilla del Sagrario, con notables piezas de orfebrería. Al continuar nuestro atento deambular por la vastedad abigarrada del bosque de las columnas hallamos el arco califal del Mihrab. El mihrab es un nicho semicircular en una pared que indica la alquibla o dirección de la Kaaba en La Meca, el lugar hacia el que deben mirar los musulmanes cuando rezan.

La exquisitez artística del arco califal y de la Capilla del Sagrario, dos gemas esmeriladas por un lenguaje de creencias distintas, pero hermanadas por el deseo de una idéntica generación de belleza.

Izquierda, el arco califal del Mihrab; a la derecha, la Capilla del Sagrario.

Pero la discusión sobre la importancia más superlativa de los legados, o el hispano-cristiano o el árabe musulmán, que ocupó primero nuestro interés, se debilita como hojas que se desprenden de ramas otoñales. Por momentos, recordamos todo lo que descubrimos en Córdoba. El imponente puente romano sobre el Guadalquivir; la amplitud de su casco histórico en el que, al caminar por la calle San Pablo, encontramos Los Jardines de Orive, inaugurados en 2004, creados a partir de unir las huertas que pertenecieron al palacio renacentista de los Villalones, y los antiguos huertos del convento de San Pablo. Un espacio verde de hace varios siglos en el casco histórico. En excavaciones realizadas en 1992, en el lugar se hallaron restos de un circo romano y de casas de la época almohade. En ese extraordinario jardín-huerto, propicio para el descanso y la contemplación, en un solaz que traslada a otro tiempo, nos encontramos con una señora solitaria que leía un libro. Con ella hablamos de la extraña experiencia de leer en esta época, fuera de la opción, aparentemente perentoria, de verter el tiempo libre en un celular. Soy abogada, nos dijo, y estoy muy triste por no poder compartir con mis colegas ninguna inquietud cultural, como la lectura de un libro para conocer y aprender, fuera de los litigios y las disputas. La dama andaluza nos pareció un personaje extraordinario. Que le dio más valor todavía a nuestro descubrimiento casual de aquel que sitio que nos regaló gratos momentos de reposo y contemplación del cielo de la tarde. Antes, al dirigirnos hacia el jardín-huerto vimos a un artesano lutier absorto en la amorosa construcción de una guitarra; y, aconsejados por un mozo que nos atendió gentilmente, fuimos hasta el entrañable Cristo de los Faroles, la escultura del escultor Juan Navarro León, de 1794, en la plaza de los capuchinos, de una tierna y sencilla espiritualidad; o nos sorprendimos también con el Templo romano de Córdoba, que fue descubierto durante la ampliación del ayuntamiento en 1951, donde confluyen la calle Capitulares y Claudio Marcelo. El templo con sus columnas fue construido cuando era emperador Claudio, en el siglo I d.c.; demandó cuarenta años de trabajo, y se terminó con el emperador Dominiciano, cuando a la ciudad llegó el agua dotada por el acueducto Aqua Nova Domitiana Augusta.

El Cristo de las Farolas, en la Plaza de los capuchinos, obra de Juan Navarro León, de 1794.
El Templo romano en la ciudad de Córdoba, descubierto en 1951, construido cuando era emperador Claudio.
Un artesano lutier que fabrica amorosamente una guitarra en el casco histórico de Córdoba.

Lo romano, lo cristiano y lo musulmán, y también el barrio judío y su Sinagoga, muestran en la Córdoba andaluza lo radiante de su diversidad cultural en términos históricos. Y toda esta riqueza se consagra en la Mezquita-Catedral. Así la seguimos recorriendo en cada sitio de su ser vivo, con su atmósfera impalpable que acaricia cada perfil, cada estatua, cada columna con sus arcos, cada bóveda.

Dentro del templo animado no hablamos con nadie. Todo nos invita al silencio del ver y escuchar. Solo, cerca de una puerta de acceso, una señorita de la seguridad nos recomienda visitar el cercano pueblo de Almodóvar del Río. Eso hicimos. Y nos maravillamos con el castillo que latía con sus muros y estandartes sobre una colina que domina toda la región, y que es visible desde la ruta. Al pie de esa elevación, con la vista de un valle de rocas y fecundos retazos de vegetación, vimos el paso de un tren de alta velocidad. El vértigo tecnológico de vanguardia contemplado desde la altura medieval.

Y dentro de la Mezquita-Catedral caminamos y caminamos. Lentamente, olvidamos, olvidamos lo inmediato, el tiempo del almanaque, los caminos de asfalto o rieles metálicos y avenidas por los aires con sus aviones que recorrimos hasta finalmente llegar a esta situación en la que caminamos y caminamos; y lentamente olvidamos la historia cultural que salpica el recinto de meditación; olvidamos los conflictos entre la Cruz y la Media Luna, entre el Mahoma que reclama una revelación suprema como también los profetas del Antiguo Testamento, los apóstoles o los evangelistas; olvidamos la disputa inveterada, de una obsesión que aturde, entre dos formas de pensarse dueños de la verdad divina y mayúscula.

Y caminamos y caminamos, dentro del bosque de las columnas.

Imcansablemente. Por cuatro horas, dentro del templo vivo. Y todo recinto concebido para orar y meditar mueve el músculo del recuerdo.

Y recordamos lo que trae el silencio como un mar que sale de un abismo y baña las costas de la mente y hace percibir, entre las columnas, los pisos, los techos, una fina luz que diferencia lo esencial de lo banal.

Caminamos y caminamos y, cada vez más, la luz silenciosa y meditativa que respira en el templo se funde con nuestros cuerpos. Entonces, una libertad, una emoción desconocida, nos redime del cansancio, y nos acerca a la gran fuerza, que nunca se debilita.

Otras imágenes de la ciudad de Córdoba, Andalucía. Arriba izquierda, una calle de Córdoba en su casco histórico; en centro, estatua de Claudio Marcelo, el fundador de la ciudad, junto a ruinas del Templo romano al lado del ayuntamiento; la estatua, inaugurada en 2015, fue realizada por el escultor Marco Augusto Dueñas; derecha, castillo de Almodóvar del Río; abajo, izquierda, la dama lectora en los jardines de Orive, imagen también del centro; derecha, estatua de Maimónides, el gran filósofo, astrónomo, rabino, médico medieval nacido en la ciudad.

CITAS

(1) El Templo-Mezquita-Catedral invita al saber, al menos, sobre la historia de la presencia islámica en Europa, y algunos aspectos de su universo cultural. Dentro de la religión musulmana, los chiitas incluyen a los ismaelitas, y se diferencian de los sunitas. Chiitas y sunitas son las dos grandes ramas del Islam, tras la muerte del profeta Mahoma en el año 632. Los chiitas afirman que Alí, yerno del profeta Mahoma, es su legítimo sucesor. Para los sunitas, los sucesores legítimos del profeta son sus compañeros. Los ismaelitas o ismailíes, o el ismailismo, devino la rama más grande del chiismo. El punto máximo de su poder político afloró con el Califato Fatimí, entre los siglos X y XII d. C.. Es creencia central de los ismaelitas la unidad (unicidad) de Dios (tawhid), y la certeza de que la revelación divina se clausura con Mahoma, «el Profeta final y el Mensajero de Dios para toda la humanidad».

(2) Los arrianos profesaban la doctrina cristológica atribuida al presbítero y teólogo alejandrino Arrio (ca. 256-336), para quien Jesucristo es Hijo de Dios, pero no es coeterno con el Padre, porque es creado en el tiempo. En su momento, el arrianismo tuvo una gran influencia, pero fue marginado en el Concilio de Nicea (325). Desde entonces, perdió la posibilidad de convertirse en la interpretación oficial o definitiva de la revelación cristiana.

(3) La brillante biblioteca islámica de Bagdad, conocida como Bayt al-Hikma (Casa del Saber), tuvo un archivo equiparable a la Biblioteca Británica actual en Londres. Aquí muy posiblemente surgieron las matemáticas modernas, y fue destruida totalmente por los mongoles en 1258.

(4) Entre los siglo XI y XII, los almorávides eran monjes-soldados musulmanes que construyeron un gran imperio en el Occidente musulmán. Procedían del Sáhara y del Magreb. Se les reconocía por su rigorismo religioso. Fundaron Marrakech, hoy una de las ciudades más importantes de Marruecos, con más de un millón y medio de habitantes, en 1070. El imperio almorávide incluía Mauritania, Argelia, Marruecos y la mitad sur de la península ibérica. De hecho, la ciudad de Córdoba, en el al-Ándalus, y la Mezquita, luego Mezquita-Catedral, la conquistaron en 1090. En 1094, las tropas del Cid Campeador se enfrentaron a los almorávides cerca de Valencia. El poder almorávide cedió a la supremacía del Califato Almohade, en Occidente reconocido como Imperio Almohade. Los almohades, fueron «los que reconocen la unidad de Dios». Este Estado musulmán dirigido por una  dinastía bereber ejerció su poder sobre el norte de África y el sur de la península ibérica desde 1147 a 1269.

(5) La mezquita Azul o mezquita del Sultán Ahmed es una de las grandes mezquitas de Estambul, obra del discípulo del gran arquitecto musulmán Mimar Sinán: Sedefkar Mehmet Aga. Se encuentra cerca de la Gran Mezquita de Santa Sofía.  

GALERÍA DE LA MEZQUITA-CATEDRAL DE CÓRDOBA, ANDALUCÍA (fotos Laura Navarro y E.I, todas se pueden ampliar)

Gárgola
El puente romano sobre el río Guadalquivir, al fondo la Mezquita tras las murallas cristianas.
El Patio de los Naranjos, dentro del predio de la Mezquita-Catedral
Laura en el Patio de los Naranjos, junto a lo que era la piscina de las abluciones, o prácticas de purificación ritual

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