Relato basado en hechos reales (*), por Esteban Ierardo

El día era de un azul intenso. Las ramas de los árboles casi no se movían, como si el aire no quisiera convertirse en viento. Para 1910, las distancias se las percibía en toda su extensión. El auto todavía no se había enseñoreado de las rutas, o directamente no había todavía sendas asfaltadas, sino a lo sumo áridos caminos de tierra surcados por ríos o arroyos.